Ir al inicioIr a "Asfalto y neón"


Un milagro

Por Rosario Covarrubias

Nunca se te había ocurrido que los días parecen terrosos cuando dispones de mucho tiempo libre, si sales a la calle tu mirada se vuelve como lenta, como si todo ocurriese tan despacio como el andar de una anciana. Si viajas en micro se te hacen más presentes los olores, te fijas más en la suciedad entre los asientos: cáscaras de pepita, papel de estraza arrugado y grasoso, piensas que alguien se comió un tamal o una gordita de chicharrón. Fue tamal. A unos centímetros descubres el vaso de unicel con restos de champurrado, ¡bien por el que desayunó sobre ruedas! El sudor del señor de junto es insoportable, va semidormido y poco a poco se te va encimando. Cuidas tu hombro de sus babas o la peligrosa cercanía de su axila. El chofer sin licencia comprobable se juega la vida de todos de una esquina a otra, aquí las paradas se inventan a cada metro. Escuchas los rechinidos de la unidad, pareciera que va a deshacerse con el trajín. Ese ruido contradice los rostros macilentos, verdosos y cargados de sueño de tus compañeros de viaje. Todos miran como no queriendo mirar, de reojo. Una mezcla de sueño, vigilia-desconfianza. Tratas de mirar la calle a través del cristal rayado con un intento de firma o símbolo. Piensas que una mano joven raspó y raspó hasta cegar con su grito de cristal rayado su visión-soledad y la tuya que adivina lo que son las calles corriendo en sentido contrario: las banquetas cargadas de basura; paredes tiñosas que denuncian una geografía confusa. Miras a la gente que camina hacia las paradas de autobús, andan viendo sus zapatos, como si cargaran un fardo pesado e implacable. Andan terrosos, piensas. No se les nota ningún tipo de alegría o prisa por llegar a donde tengan que hacerlo. Parecemos marionetas —piensas— y comienzas a imaginar a un dios sádico moviendo miles de hilos; sonriendo desde su potestad y moviendo sus dedos ágiles, dirigiendo a unos por aquí y otros por allá, haciéndolos chocar de repente, tirando a otros, levantándolos luego para derribar, ocasionalmente, otro montoncito de personas. Ha de pensar que no importa. Son tantos monitos que en realidad, no importa. ¡Pinche dios! Ya con cólera, piensas que así quién no. Lo que es tener todo... ese dios no tiene que chingarle para conseguir casa ni comida. El mundo es todo suyo. En cambio nosotros... Te asomas por la ventanilla, por el ángulo que no alcanzaron a rayar. Allá adelante, en un crucero, ves un perro atravesando con las orejas casi untadas al cráneo, moviéndose de prisa, amparándose entre las piernas de los peatones, le deseas buena suerte al pulgoso con sarna; auguras para él una que otra patada en el trayecto, nunca le deseas el atropellamiento pero piensas que eso no le sirve de nada. Morirá de hambre y miedo, si no lo agarra la perrera o algún bólido en el periférico. La suerte del perro. De repente, vuelves a pensar en el dios de los hilitos y te preguntas si él pensará de todos nosotros como tú pensaste en el perro. Te tomó por sorpresa la reflexión. Comienzas a mirar alrededor de ti, ves a tus compañeros de viaje; algunos llevan revista de monitos, otros van dormidos de plano, los que van sentados; y los que van parados van mirando las revistas de monitos desde las alturas, otros ya miran a sus lados, al frente y luego a la nada. Algunas muchachas intentan reacomodarse porque traen atrás a alguno que se comienza a poner cachondo. Los empujones, los pisotones, las subidas y bajadas. Señoras con bolsas, señores con herramientas en morrales y algún arrojado vendedor de golosinas de a dos por peso. Algunos pequeños gritan o lloran y el chofer exige la paga de los que se subieron por la bajada. Te reclamas por comenzar a sentirte deprimido. Te prometiste a ti mismo no volver a sentir eso. Te hicieron prometer que no volverías a ver las cosas con esa especie de pesar, que tú eres único y debes respetarte y limpiar tus ojos de las cosas desagradables, que debías hacer de lado esa manía de verlo todo como terroso y feo. Ahora mismo vas camino a una cita, a una entrevista para colocarte en un empleo. ¿Y la fuerza que sentías esta mañana?, ¿acaso se la llevó el perro del crucero? Recuerdas que te endrogaste con tu prima con algo así como quinientos cuarenta pesos para tu llamada a La Línea Astral de los Deseos. El psíquico te dijo ayer que hoy era tu día y que todos tus problemas se resolverían como por un milagro. Empiezas a palpar el horror puro cuando te asalta otra vez la imagen del dios de los hilitos, te preguntas si te preguntaste si ese dios hacía milagros. La zozobra no te permite darte cuenta de que has llegado al paradero. Interrumpe tu parálisis el golpe brusco de un hombre que te dice con voz sombría que ya llegaron. Sientes como si acabaras de despertar de un sueño. Bajas desganado, como saliendo de un sopor. Miras tu reloj, hace diez minutos debías estar en la oficina de la cita, por ir pensando te pasaste, revisas tus bolsillos buscando algunos pesos para pagar otra micro que te lleve a donde te citaron, ¡pendejo!, te dices, nada. Cincuenta centavos por capital, ¡ni para el camión!, a ver, qué más: un boleto del metro, una tarjeta de teléfono... tu voz te grita desde el estómago: ¡habla a la oficina, suplica una prórroga para llegar a la cita!, corres como desaforado en busca de un teléfono público, llamas; una voz sin matices te informa que la licenciada no se encuentra —respiras con alivio—, tenías cita, le dices a la voz de plástico, querías ver lo del trabajo, ¿cuándo, a qué hora la puedo encontrar?, ¿aún está vacante el empleo?; ¿cuál?, pregunta la voz con olor a barniz, respondes rápidamente que el que decía en el anuncio "atención al público", que tienes experiencia, y de repente, ya no puedes controlar el vómito de tu esperanza, de tu miedo a las deudas, al desamparo. Sí, porque yo tengo experiencia en eso, dices queriendo convencer, la señorita bosteza a través de la línea... sí, todos tienen experiencia... bueno, tal vez mañana por la mañana, hoy ya no porque la licenciada fue a un desayuno y ya no regresa. Venga mañana entonces y ¡clic! Se acabó la llamada junto con la tarjeta. Te quedas parado y regresas caminando a tu casa, llegas rendido, hambriento, recuerdas el tamal y el atole de la micro, te quedas en el umbral de tu puerta tratando de entender la lepra de tu calle, sus muros virulentos, los grafitis de las esquinas, firmas como la del cristal rayado. ¡Otra vez viendo todo feo!, te reclamas furioso. No, este día no puede terminar así, me dijeron que éste era el bueno. Los psíquicos no mienten. Resuelves pedir veinte pesos prestados a un vecino huidizo. Te los presta. Sales otra vez. ¡Tiene que pasar algo, algo bueno! Caminas decidido a la parada del camión. Tropiezas con tu cuñado. ¡Quíhubole!, ¿cómo estás?, respondes de mala gana que de la chingada, casi te dispones a vomitar otra vez tu desventura. Con esto alertas al cuñado, quien te guarda simpatía pero no paciencia. Lo notas, decides dejar la vomitada para mejor ocasión; te esfuerzas y tienes la gentileza de preguntarle cómo está él, si ya consiguió algo... te responde de inmediato: sí, me la dieron, mano. Hoy conseguí chamba, la otra ya me tenía hasta el gorro con pompón. Sonríes. Bueno, y ¿dónde?, no mano —te responde—, en una oficina, por aquí, vi el anuncio y que me lanzo. Hoy me contrataron. Fue de volada. Le caí bien a la de recursos, habías de ver qué vieja, mano, ¡qué vieja!, empiezo el lunes..., sólo tengo que leer algunos libracos que me dieron, cosas así como "persevera y alcanza", "tú puedes", "domina a los demás", "los espíritus y tú" y así por el estilo. ¡Ah, qué vieja!, manito, se ve que le gusta lo bueno aunque esté usado. Comienzas a intrigarte y preguntas que si de casualidad no te citaron en la calle de la Lagartija número 20, poco antes de la estación del metro. Tu cuñado te mira sorprendido: ¡Ah güey!, pus qué, adivino o qué. Pues sí. Disparas otra pregunta: ¿desayunaste con la licenciada?, y él te mira como si mirara un milagro. Sí —responde con un hilo de voz—. Te termina de caer el veinte. Bajas la cabeza mirando tus zapatos terrosos... Carnal, escuchas como si la voz viniera de lejos, de muy lejos. No le digas a tu carnala. Le quiero dar una sorpresa: del lunes en adelante seré consejero de almas jodidas, deprimidas, les diré lo que quieren oír, mano; cosas como hoy es tu día. Superarás todos tus problemas. Nadie te embrujará. La energía y más cosas. Bueno mano, y ¿tú? Le miras los zapatos, miras los tuyos. Lloras sin poder evitarlo y te parece ver entre sus pies y los tuyos al perro de la avenida. Tu cuñado no comprende qué pasa. Cree entender y te dice, a manera de consolación: no te apures mano, la virgencita no se olvida de nadie. Venía yo pensando que te voy a dejar mi trabajo de Santa Clos en la Alameda, también el de los Reyes Magos, el de Gaspar. Te voy a dejar bien recomendado. Es más, mañana comienzan a organizarse. Vamos, yo te llevo y te los presento. Va a ser un trabajo como el mío, no te apures, ahí nomás le tienes que decir a la chiquillada y a algunos grandes lo que quieren oír. Ya después veremos, voy a ver si te puedo clavar ahí donde yo voy a trabajar, la licenciada y la secre son buena onda. Además, como dicen ellas, veo que tienes talento para la visualización del destino, quién sabe mano, creo que tienes el don. Si hubieras ido a ver lo de esta chamba, hasta creo que me la hubieras ganado. Se va tu cuñado sonriente y tú te quedas como zombi. Te echas a andar y tras andar varias calles, ya en la tarde resuelves comprarte una torta de tamal y un atole. Viene de su trasiego el perro de la avenida y colea alegremente cuando se para frente a ti. Le compras un tamal verde, se lo traga sin hacer caso del picante ni de lo caliente. Decides adoptarlo y esa decisión te lleva a pensar en que de veras algo pasó este día. Miras la calle de siempre y piensas en que el dios de los hilitos no es tan malo ni tan ojete: le dio casa al perro por medio de ti y a ti te hará un milagro en navidad allá por la Alameda y, quién sabe, como dijo tu cuñado: puedes estar predestinado a salvar a todos los que tienen que pagar por buscar su destino por teléfono, por lo que comienzas a asumir la misión salvando y protegiendo al perro del crucero. Puede que la haga de reno, en lo que llega el milagro... Si se tarda, en enero, de buey de nacimiento...

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