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Cada mirada estrena el mundo

Por Helena Beristáin

RELiM es la abreviatura, en siglas, de Revista Electrónica de Literatura Mexicana, ideada por un grupo de jóvenes mujeres que desean instaurar la literatura en la red, es decir, poner la palabra en el ciberespacio. De julio de 98 a julio de este año han organizado ya cuatro números.

El número cero impreso está fechado en abril de 1999, a partir de que sus autoras toman la decisión de darle un rostro de papel con facciones de tinta... para que tengan acceso a ella más lectores, como efectivamente ha ocurrido. Además, estos otros originales no son iguales a los electrónicos porque, con un gesto que parece postmoderno, las editoras remanejan sus elementos y el impreso resulta no idéntico, pero sí muy parecido.

Lo que motiva estos trabajos es, desde luego, una voluntad de agrupar a los jóvenes que hoy anhelan compartir su singular imagen del mundo, aquella registrada por el espejo de sus propios ojos. Esto es evidente en el texto que funge como Editorial del número cero, mismo que contiene un palimpsesto que simultáneamente delínea los apartados y avisa las intenciones de los autores de este ejemplar. En él, con la misma seriedad que ponen los niños cuando juegan (como dice su corresponsal argentino), con la voluntad de intensificar el extrañamiento del lector, y como en todo juego lingüístico, distanciándose de la gramática y aproximándose a la retórica, afirman:

En sus páginas transita la palabra de la luz a la sombra por el día verbal de "Poesía en claroscuro", recorre —"Cuenteando" a quien se deje— calles de "Asfalto y neón", ensaya su agudeza en la crítica, donde todos "Arrieros somos", se pierde en los laberintos de "La casa de Asterión", descubre la novedad de nombrar el mundo mediante la voz de los más recientes —los "Recentiores"—, y navega por los mares en la "Nao de la China".

Por otra parte, ellas, habitualmente, frecuentan la paradoja. Dicen, por ejemplo:

Nos reunimos como los cuatro puntos cardinales (...) para construir un nido donde quepan el viento, el agua, el fuego, la tierra. Aquéllos no se pusieron de acuerdo. Nosotras, sí.

Esta necesidad de transmitir la propia visión del mundo nace de la sensación —que también los viejos, aunque con menor vehemencia, compartimos— de cambio, movimiento, transitoriedad, fugacidad veloz de las cosas humanas. Por ello agregan:

En RELiM la palabra es un espejo que quiere investigar el mundo. Una pregunta y una respuesta nunca definitivas sobre la identidad. Te invitamos a descifrar los rostros. Ayúdanos a vislumbrar...

Este discurso está marcado por la velocidad con que transcurren hoy los sucesos, y en su manifestación hay algo de vértigo. Comunica una vivencia de inestabilidad que no sólo tiene matices lúdicos, y sobre la cual es interesante reflexionar.

Detrás de todo ello está el reinado de las invenciones tecnológicas que nos ha acarreado el tan esperado progreso. E igualmente está el hecho de que ese progreso tiene dos filos, ya que se emplea para acelerar el diálogo entre los humanos; pero también, simultáneamente, para refinar el asesinato masivo ("humanitario") de las identidades, para borrar las nacionalidades, para destruir raíces históricas con el afán de que la aldea global funcione como un enorme supermercado.

Para lograr esta meta, la televisión desinforma y embrutece a la población analfabeta; para ello florece la industria armamentista que tiene a su cargo exterminar a la mitad de la población de la tierra (ya que carece de poder adquisitivo porque carece de educación y de empleo, y porque, además, posee otras identidades y otras necesidades: no requiere comprar lo que le venden).

Por otra parte, las nuevas máquinas fabriles precisan poca mano de obra calificada. Esa mano de obra es un sobrante condenado a morir de desnutrición y abandono (recordemos África y Corea del Norte). Esa mano de obra carece de educación, de alimento, de salud, de sitio en el mundo. Esa mano de obra carece de demanda, pues el capital, en el neoliberalismo, ya no proviene sólo del trabajo, sino principalmente de la especulación y de conductas criminales.

En suma, la finalidad esencial del lenguaje de la especie humana, que es servir de herramienta para convivir de manera humana, constructiva y cooperativa (y no de manera animal, destructiva y competitiva), ha sido traicionada. Pero no así en esta revista, hecha sin compensación económica, según confirma uno de sus participantes (Paco Pacheco).

Por todo ello es bueno meter al ciberespacio la nueva literatura. Muchos jóvenes prefieren esta todavía escasa fuente de información, y no los libros (algo que sin duda no haremos los de mi generación). Pero lo que hay que recordar es que la parte humana del animal que somos está amarrada a la letra, a la palabra, a la literatura. Allí, más que en la historia, suele estar la historia. Y somos animales históricos (gracias a nuestro lenguaje).

Por ello hay tanta sabiduría en considerar, desde la antigüedad, que la misión capital del maestro es enseñar a leer y a escribir. Para que el hombre —ya que sólo él puede hacerlo—, registre lo que viva y para que lea lo escrito por sus ancestros y por sus contemporáneos.

Y todo ser humano es ya un profesor. Todo el que sabe algo debe enseñarlo, ese deber está inscrito en su condición humana. Enseñar es un gesto de reconocimiento de nuestra naturaleza gregaria. Relacionados positivamente con nuestros semejantes, somos, existimos. Relacionados competitivamente, nos quedamos solos, perdemos lo gregario y lo humano, y se nos olvida que tenemos compromiso con nuestros ancestros más lejanos y con nuestros contemporáneos —distantes o vecinos— y con los que van a nacer después.

La desazón, el desconcierto que produce tener conciencia de esta compleja circunstancia, está implícita en la elección y en el arreglo de los materiales de esta nueva revista. Los amaneceres siguen ocurriendo. Los sentidos de los jóvenes poetas continúan dando cuenta de ellos, y parecen sentirse autorizados por una teoría de la recepción que hoy impregna la atmósfera y que privilegia el reinado de la deliberada equivocidad en el arte.

Allí, lo postmoderno intenta ser una neovanguardia que reteje, como toda vanguardia, fórmulas de otro modo empleadas; todo ello para reinventar la alquimia misma, pues se trata de que cada generación y, dentro de ella, cada voz, acuñe su propio e irremplazable lenguaje, único capaz de comunicar la propia, irrepetible, visión del mundo que le toca.

Por ello, retomando motivos del mundo clásico, reconocidos como universales y permanentes (y hay también la traducción de un poema latino), se privilegia la exquisitez de la expresión sobre la novedad de los asuntos: la naturaleza humana es la misma, pero el mundo es joven mientras lo viven y lo expresan los jóvenes, cada uno enmarcado en tiempo y espacio dentro de un específico caldo de cultivo socio-cultural. Comunicar la experiencia de estrenar el mundo, autoriza a estrenar el propio lenguaje y, en este caso, con el mérito de mantenerlo inteligible (lo cual yo tengo en alta estima, aunque reconozco que lo ininteligible y lo irracional también significan, como en el dadaísmo o en el letrismo).

En esa dinámica, cada poeta capta los cambios y cambia los cambios, instituyendo así la permanente provisionalidad, como una especie de voluntad de estilo y sello de carácter. Hay, en general, en los textos, una serie de marcas reveladoras de esa intención. Eso se infiere de sus expresiones cuando afirman que se montan sobre el tren múltiple de todos los horarios y todas las velocidades interestelares, y cuando agregan que utilizan palabras que se niegan a ser encerradas en género alguno. Eso se colige, también, de la invocación a Coatlicue-Coyolxauhqui-Malinche, en un poema en prosa, desde la perspectiva del estatuto de lo femenino en el penúltimo año del siglo y del milenio, y se advierte igualmente en el fragmento de una obra teatral en un acto, de Alejandro Ostoa. Hay, además, un remanejo del suspenso y el desenlace en espacios narrativos muy breves, como en Ella viste de blanco (núm. 4) de Leticia López, como en Vocación de tierra (núm. 4) de Rosario Covarrubias, o como en Gladiador (núm. 4) de Gabriel Barragán, con recursos que deben mucho a la narrativa finisecular, quizá sobre todo a Cortázar, pero que, como respondiendo a un reto, planean y logran la tensión, las expectativas, los hallazgos, la sorpresa para el lector.

Los autores son jóvenes, pero no inmaduros. Revelan que sus personalidades han sido acuñadas en la sabia matriz universitaria que amalgama docencia con investigación (tres proceden de la UNAM y una de la Escuela de Escritores de la SOGEM). Es inevitable que el investigador enseñe. Es inevitable que el profesor investigue. Es inevitable que un texto sólo pueda leerse cabalmente en su contexto, es inevitable que los nuevos géneros sean mixturas genéricas. Por ello aquí se da cabida a poesía, cuento, teatro, ensayo histórico o didáctico, reseña. Hay ensayos breves, pero jugosos y profundos, como el de Lenina Méndez sobre Guimarães Rosa, como el texto histórico —de naturaleza didáctica— sobre las amazonas, de Gabriel Barragán (núm. 0), que posee las cualidades retóricas propias del discurso epidíctico del que proviene: sencillez, corrección, claridad, orden estratégico de sus elementos, poder suasorio.

Larga vida creciente y de continuo mutante, conforme a su carácter primigenio, deseo a este instrumento de difusión que revela tanta conciencia histórica y humanística de su momento. Hacer una inquietante revista de este tenor es una empresa humanitaria en nuestro contexto discursivo mendaz y enajenante. Gracias por poner el ejemplo.

Casa Juan Pablos, Ciudad de México, 30 de julio de 1999


Helena Beristáin (Ciudad de México, 1927) es doctora en Letras. Fue editora y colaboradora de la revista Rueca (1948). Investigadora y profesora de la UNAM, es uno de los pilares de la lengua y la literatura mexicanas en la actualidad. Ha escrito ensayo y poesía, así como numerosos textos didácticos. (Fuente: Diccionario de escritores mexicanos, t. I, México, UNAM, 1988, p. 178.)

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