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¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Por Raquel Mosqueda

Las caras del amor. Antología poética contemporánea. Massachusetts, Versal Editorial Group, 1999.

Fin de siglo... y la historia continúa. Acercarse a un nuevo siglo no es fácil, sobre todo si pensamos que pronto, demasiado pronto, nos convertiremos en hombres del milenio pasado. Repensar, reflexionar sobre nuestras preocupaciones presentes, es sin duda una tarea a la que estamos obligados si pretendemos acercarnos, así lo hagamos tímidamente, al futuro. ¿Qué preocupa a la gente de 1999? ¿La contaminación, la guerra, el dinero, la violencia...? Sí, en definitiva sobrevivir es la consigna pero... hay más. Nos preocupa lo que a cualquier hombre en cualquier siglo: ¿cómo, con qué, dónde o de qué forma se debe vivir, tomar, construir, alejar, padecer o morir, ese extraño "atributo", ente o cualquier cosa que sea lo que conocemos con el sospechoso nombre de amor? Amor, mmm... ¿Por qué fruncimos la nariz? Así dicha, la palabra suena inofensiva pero todos, sin excepción, hemos sufrido (o gozado) sus avatares, por lo tanto no debe sorprendernos una antología que reúne a "más de doscientas voces de más de cien ciudades" en torno a este, al parecer, inagotable tema.

Ahora bien, antes de hablar sobre estas voces, resulta necesario tomar en cuenta algunas consideraciones. Son realmente pocas las antologías que sortean con fortuna los riesgos a que se expone todo trabajo de tal naturaleza, a saber: a) asentar claramente los criterios o pretensiones del (o de los) antologadores; b) no dejar fuera presencias significativas, pero sobre todo, y esto es aún más difícil de lograr que lo anterior, no incurrir en "presencias realmente injustificadas"; c) rigor, que se refleja no sólo en la selección puramente temática sino que, principalmente por tratarse de poesía, tal discriminación debe sustentarse en claros parámetros críticos que vayan desde la construcción formal1 hasta esa última frontera conocida como "lector"; y d) que deviene en acercarse lo más posible a ese muestrario significativo que pretende ser. Siguiendo estos puntos trataremos de aproximarnos a los que, según nuestro juicio, constituyen los principales aciertos y carencias de la antología que aquí nos ocupa.

"Dar a conocer el tipo de poesía que se gesta en las postrimerías del milenio"2 es uno de los objetivos que se proponen los editores, ciertamente y a pesar de la gran cantidad de países de los que provienen los autores (España, Japón, E.U. y casi toda América Latina) resulta difícil asegurar que cumplen con tal pretensión. La poesía de fin de siglo no es sólo (y de hecho cada vez menos) amorosa; otras y diversas preocupaciones tienen los poetas (y el hombre en general) finiseculares. Los criterios de selección tampoco aparecen claros del todo: "dignidad literaria" y "diversidad" representan conceptos que indican el principal riesgo que enfrenta esta antología. No todos los poemas antologados cumplen con lo primero, la mayoría se encontraría en el rango de lo "silvestre" como lo señalan los propios editores, poesía de experimentación y de un primer acercamiento a la palabra. Ahora bien, más que diversas, las voces de esta recopilación son profundamente desiguales: mientras algunos poetas muestran que su concepto de poesía sigue atrapado en un lirismo trasnochado y hasta cursi, otros en cambio reflejan el rigor de un proyecto poético forjado a la luz del enfrentamiento con la palabra. Nos interesa hablar precisamente de estos trabajos, ya que justo en el momento en que el lector se siente tentado a no continuar la lectura, surge el poema que asombra y seduce, que denota la tensión de la lucha entre el poeta y la palabra, ese "arco y lira" que se dirige hacia todo y todos, pero principalmente hacia sí misma.

Dividida en apartados equiparados con las fases lunares (metáfora afortunada), la antología comienza con el "Pasado amor menguante" en donde encontramos ya una de las constantes a lo largo de todo el libro: la ausencia y la nostalgia (de la patria o del amado), así lo refleja el poema "¿Es que hice bien en salir de Cuba?" de Eida Maira de la Vega (La Habana, Cuba): "¿Por qué pensar que me falta un lugar / y no un tiempo de melancolías y descubrimientos" (p. 24). Cuba como herida, terrible o gozosa, pero herida al fin y al cabo, añoranza de un "paraíso perdido" que existe sólo tal vez en los recuerdos de infancia de la poeta. "Circunstancias cambiantes", de Ángel Maldonado Acevedo (Arecibo, Puerto Rico), reitera el carácter onírico e ilusorio del recuerdo, la idealización, a través de un lenguaje sencillo y directo. La memoria y sus trampas constituyen otras de las alusiones continuas de este apartado. El amor que funciona sólo en el recuerdo: "Volver a tocar la piel de la palabra única / rubricada en la moneda / volver a su textura de río imaginado / viajando y rodando por cóncavas caídas" (p. 71), Alejandro Susti (Lima, Perú). Nostalgia de la nostalgia misma, la vida como un recuerdo que quisiéramos conservar. La lucha, la búsqueda de la palabra es también un acto amoroso: "Este poema que mana de la ubre del vértigo, / semidesnudo y penetrante, me embestía / con úlceras de cal sobre mis hombros" (p. 75), Jesús Solano (Córdoba, España). De la lectura de este apartado podría concluirse que el amor funciona, sobre todo, como una invención de nuestros recuerdos, detenidos en lo fugaz, empeñados en hacer perdurable lo que obligadamente es (y que bueno que lo sea) efímero.

"Presente amor lleno", segunda sección de esta antología, muestra, en una clara paradoja con su título, que el amor más presente es precisamente el de la ausencia: "¿Qué es lo que dejan los cuerpos al marcharse / esa presencia ausente que se percibe en los pasillos?" (p. 96), Marc Sil (Cáceres, España); o el amor que se presiente pero que aún no se realiza del todo: "Del beso presagiado / se modela un instante: / ese clamor eléctrico en la sangre / que no acaba de arder" (p. 98), Benjamín Valdivia (Aguascalientes, México). Desigual como todo la recopilación, el discurso transita de la autocomplacencia casi morbosa, hasta la eficaz y sugerente construcción de poemas como "Isla, fruto, cadáver", de Alan West Durán (La Habana, Cuba), donde el autor no impone (y sí propone en cambio) una lectura de variados registros: la ironía (que se agradece) o la imagen rotunda a través de un lenguaje también rotundo: "No sé si fui elegido o no, / pero verte en el abismo de la rabia / constituye un viraje del ser, / el tatuaje / de mis horas reventando venas / No quiero alimentar los demonios —son / demasiados y sobrevalorados—" (p.110). O la crítica y reflexión que parte desde el sujeto en "Cuando oigo la palabra cultura", de Gabriel Lerner (Buenos Aires, Argentina): "Un ser semejante a mí / sanguíneo y magnético a mi semejanza / me saluda desde el reverso de esta pantalla / se inclina hasta la fosa misma de sus límites" (p. 112). El erotismo y la sensualidad, factores fundamentales cuando de hablar de amor se trata, encuentran cabida en poemas como "Sinécdoque II", título que de entrada habla de una elaboración minuciosa y detallada de los recursos del poeta: "El cuerpo calladamente cede / (sorpresivo) / abre ríos / tiende puentes colgantes / descubre (vegetal) las sartas / de pétalos concéntricos" (p.117), María Elena Blanco (La Habana, Cuba). El amor no basta para enfrentar la pérdida, el desasosiego ante un mundo cercado por alambres: "Una mujer parada frente a un hombre, / dos especímenes de la esquina más común / mordiendo el hueco dejado por los dioses" (p.121), Germán Guerra (Guantánamo, Cuba). Mucho más lograda que la anterior, esta sección ofrece verdaderas aproximaciones a la sensibilidad poética de nuestros tiempos.

¿El amor es sólo lamerse las heridas? No sé, pero si es así, entonces hay que hacerlo bien, tal parece ser la premisa del tercer apartado "Futuro amor creciente", que incluye a poetas no sólo ya en pleno dominio de sus recursos sino también que confirman, por medio de esta breve muestra, que cuentan con el respaldo de un proyecto poético forjado en el rigor y la crítica: tal es el caso de Iliana Rodríguez (Ciudad de México, México) que con "Efigie de fuego (IV)" erige un universo de símbolos que se descifran y resuelven en la palabra: "¿Crecerá tu olvido en mi faz menguante, / menguará tu olvido en mi faz creciente? / ¿Se trozará en relámpagos aciagos / esta vocación de azogue triforme?" (p.190); o de Martín J. Blousson (Buenos Aires, Argentina) que con un sencillo lenguaje en prosa deja entrever la melácolica resignación de la ausencia: "¿Estaremos compartiendo suficientes desencuentros? ¿O estamos repartiéndonos relojes como auto-beneficencia de temporada?" (p.196).

Dichos hallazgos logran sorprender al lector y le animan a continuar el recorrido que llega a su fin con la sección llamada "Eterno amor nuevo". Sección rebosante de lugares comunes, pero también de encuentros como el de "Hipótesis" de Yanitzia Canetti (La Habana, Cuba) que arroja una nueva mirada sobre ese ser tan vilipendiado que es la mujer: "porque era Eva una amenaza / —que desobedeció al obedecer—, / se decidió por ella / la serpiente. / Pueder ser" (p. 222) o el de "Itinerario" de Adriana Coscarelli (La Plata, Argentina) que posibilita caminos en los laberintos: "Caminos que se abren al infinito, / bifurcaciones eternas / en constante acecho / esperándonos / a la vuelta de nosotros mismos" (p. 244).

Queremos concluir este trabajo con algunas observaciones: dar la oportunidad, a través de una convocatoria demasiado abierta, a voces nuevas (o "silvestres", utilizando sus propias palabras) es un acierto sólo hasta determinado punto. Sin embargo, pensamos que el rigor debió partir, principalmente, de aquéllos que atendiendo a dicha convocatoria hicieron caso omiso de la autocrítica. Todos hemos experimentado el acto amoroso y muchos gustamos de la poesía, lo cual no significa que cualquiera pueda (y sepa) hacer de esta experiencia un acto poético.

Una observación más, muchos de estos autores ya han dado a conocer su poesía en la red, esto indica la acelerada, y a veces benéfica, intrusión de la tecnología en todos los aspectos de nuestras vidas. Nosotros, hombres y mujeres finiseculares, participamos desde hace tiempo del nuevo milenio. Nuestras formas de hablar sobre el amor así lo atestiguan.

Notas

1. Nos referimos, por supuesto, no a la métrica o versificación (cualquier forma, llámese soneto, redondillas, coplas o verso libre puede albergar la "palabra rotunda", la "iluminación sonora" que exige la poesía), sino a la construcción –ambición de un proyecto de escritura que trascienda los límites de lo meramente circunstancial (la tan manoseada inspiración, pues). Regresar

2. Las caras del amor, p. 12. A partir de esta cita sólo se anotará la página correspondiente cuando se mencione esta publicación. Regresar


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