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Ofelia y Federico

Por Salvador García Lima

Con el aspecto atroz de quien ha pasado la noche a la intemperie, Ofelia cargaba el peso de su existencia. Las piernas barnizadas de mugre se arqueaban bajo el peso de semejante carga. Traía, además, sobre sus espaldas, una alucinante colección de inmundicias y objetos que cualquiera consideraría inútiles, despreciables; pero ella los cargaba con reverencia, ya que en realidad se trataba de todo su patrimonio. Ofelia cargaba su casa a cuestas, cual si fuera un descomunal y bípedo caracol. Un enorme morral que pendía de su hombro izquierdo y un pequeño envoltorio de trapos abrazado con ternura integraban la impedimenta de Ofelia.

La mujer detuvo su marcha y dejó caer hacia atrás su domicilio, luego se ocupó en remover los hilachos del bulto que cargaba al frente. Federico sintió en la cara el aire que tanto estaba necesitando y movió la cabeza, buscando sacarla para echarle el vistazo matutino al mundo.

La vieja se rió del ímpetu de Federico, lo desembarazó del envoltorio y lo dejó pie a tierra. Luego hurgó en el fondo de su morral y, al encontrar lo que buscaba, dejó caer al suelo un puño de relucientes granos de maíz. Federico se precipitó a recogerlos, mientras la vieja se solazaba en ello.

–Ándale, mi Fede, desayúnate, mi gallo lindo… Dichoso tú.

Despachada la magra ración, Federico volteó hacia arriba para mirar a la vieja ora con un ojo, ora con el otro, como preguntando si era lo único que contemplaba el menú del día.

–No te alcanzó ni pa'l arranque, mi niño –dijo la vieja después de interpretar correctamente la inquisitoria mirada del ave.

-Orita que pasemos por un molino o tortillería, vemos si podemos gorriar un puñito de masa o unas tortillitas nejas pa' mi gallito... ¡tan chulo!

El ave se dispuso a explorar el piso circundante; entre tanto, la vieja se alzaba las faldas, se bajaba los calzones y se colocaba en la posición adecuada para defecar. Mientras Federico se empeñaba en rascar una raya de esmalte amarillo pintada sobre el piso, ella repasaba con la vista la fachada churrigueresca del sagrario metropolitano. Si a Ofelia no le importaba la gente que pasaba presurosa a su alrededor, mucho menos iba a importarle si la fachada era churrigueresca, si era la portada del sagrario y si éste era metropolitano. Lo único que le preocupaba, de momento, era conseguir bastimento para su gallo. La vieja procedió a limpiarse el culo con un trozo de papel de estraza.

El sol se elevaba por donde siempre; se disponía a darle calor a la vieja Tenochtitlan, iluminando de paso la escena, ruborizado.


Salvador García Lima: Nací en 1959, soy obrero y en 1994 me dio por escribir un cuento. En 1998 lo inscribí en un concurso que organizó la revista Crónicas y Leyendas de la Ciudad de México, y medio ganó... medio ganó porque declararon desierto el primer lugar y me dieron el segundo. No pretendo ser escritor; entiendo que para eso se nace, pero siempre hay inquietudes que creo deben ser satisfechas, aun a costa de algún posible e incauto lector. Participo en el taller literario del poeta Luis de la Peña. Se han publicado algunos de mis cuentos en la revista Confabulario, Cuaderno de Talleres y en las páginas electrónicas Proyecto Sherezade y Cuadernos de la Aldea.


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