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Conspiracy theory

Por Alberto Roblest

Aquel estanque era un oasis, rodeado de árboles, vegetación y con el azul más profundo en el agua que sus ojos habían visto. Estaba impresionado ante aquel espectáculo de vida, sintió un escalofrío de pies a cabeza. Descendió la montaña, los árboles eran muy grandes y cada uno llevaba un fruto diferente. La tierra muy suave, muy negra y en su mayoría compuesta por una capa de hojas donde a cada paso se hundía un poco; además pasto, hierba e insectos revoloteando por todos lados, pájaros, verde en todas sus diferentes gamas. Llegó a la orilla del lago, le dieron unas ganas enormes de meterse a refrescar y ser parte de aquel impasse. Sonrió y se despojó de su ropa.

El agua era tibia, un poco más fría apenas que el calor en su cuerpo. Dio algunas brazadas adelante, -¡ah!- exclamó sin poderlo contener; aquello era tan placentero y aquel lugar tan maravilloso. Se recostó en el agua mirando al cielo, apenas moviendo los pies y las manos para mantenerse a flote, -¡ah!- de verdad estaba disfrutando aquel momento; una parvada de pájaros como una nube negra, pasó sobre él que flotaba en aquel enorme manto azul casi estático. No sentía sed, hambre, frío, calor. Respiró profundamente, se entretuvo un rato dándole formas a las nubes y escuchando el sonido de los pájaros y los insectos. El tiempo parecía haberse detenido. Cerró los ojos dejando que la luz solar entrara por sus poros, en sus oídos el sonido acústico de los peces y las algas. Pleno de sensaciones y de belleza, su cuerpo se llenó de energía y de luz... casi pasó una eternidad.

De pronto sintió como si una presencia extraña lo estuviera observando desde algún lugar y se irguió dentro del agua, giró la cabeza de un lado y de otro, nada. Dio una segunda mirada y otra vez, nada; los mismos árboles, los mismos ruidos y quizá los mismos animales. Giró la cabeza nuevamente, todo seguía igual. Se reprochó su paranoia, detestaba ser un paranoico aunque no podía evitarlo y tampoco sabía porqué. Algo cruzó de un árbol a otro, se sobresaltó, ¿qué podría ser...? Sucedió lo mismo a sus espaldas, giró la cabeza bruscamente; alguien, uno, otro, rodó por el piso, justo detrás de él...Trató de enfocar bajo la sombra de los árboles, quizá eran muchos. Dio dos brazadas, buscó su ropa en la orilla, aunque no la encontró, ni tampoco recordaba donde la había dejado. Movió los ojos rápidamente, no estaba sobre las piedras, quizá aquéllos ya la habían tomado sabiendo que sin ella era más indefenso. Sintió una mirada y una más y otra y más allá. De pronto la presencia fue creciendo y fue instalándose en cada árbol, en cada roca, en cada centímetro de aquel espacio que ante sus ojos era ya un lugar de árboles con ojos y rocas con bocas arrastrándose en sombras triangulares, así como de animales ponzoñosos agazapados en malezas con espinas. ¿Y qué tal si el agua también estaba infestada de aquella presencia...? Un escalofrío de terror le puso el cuero de gallina... No pudo más y se sumergió en aquellas aguas, prefería luchar a que lo tomaran desprevenido; bajo el agua buscó con los ojos; azul, sólo azul. Un rayo estalló en el cielo, las nubes tornáronse grises y un viento helado comenzó a azotar los árboles y a callar todos los otros sonidos, incluido el de los animales. Salió a respirar, una fuerte lluvia le golpeó la cabeza como una cascada de monedas de plata saliendo de un saco; el horizonte estaba oscuro; pareciese como si la noche se hubiera instalado de pronto. Giró la cabeza de un lado y de otro, con una mano se talló los ojos intentando ver detrás de la cortina de agua que golpeaba inmisericorde la superficie negra de aquella agua que lo envolvía. Por unos instantes cesó de llover, dio un par de brazadas, giró en redondo, aquel repentino cambio acentuó sus temores dado que no alcanzaba a comprender qué estaba pasando. De pronto, y como todo venía sucediendo, hizo su aparición la estela de un huracán de belfos inflamados y forma de dragón que se instaló justo enfrente de él girando enloquecido como un triturador de carne, tal si lo retara... Sintió un fuerte sobrecogimiento ante aquel gigante de movimientos circulares, de pronto se quedó paralizado cuanto éste arremetió contra él, haciendo surcos primero en la tierra y después en el agua, en medio de un sonido atronador. Hizo acopio de fuerzas, exhaló aire con desesperación y comenzó a alejarse aventando patadas de agua lo más rápido que se lo permitía su cuerpo, cada vez más rápido, sin voltear para atrás con el fin de salvarse, muerto de pánico, aunque obsesionado y con la esperanza de llegar a la otra orilla; enloquecido, alejándose a grandes brazadas, manotazos, jadeos locos; huyendo lenta, aunque rápidamente y para siempre, de aquel paraíso... donde un puñado de mariposas seguía haciendo su vida.


Alberto Roblest (México, 1962) es autor de los libros De la ciudad y otras pequeñeces (1989), El futuro y los anillos (1990) y Chicanendo (1992). Reconocido como uno de los poetas más notables de la hornada inmediatamente posterior a la Generación Infra, ha dirigido también más de veinticinco videos que han sido exhibidos en diferentes festivales de México, Estados Unidos y Europa. Del silencio en las ciudades es su primer poemario bajo el sello de ASALTOALCIELO/editores. Radica desde hace cuatro años en Boston, y pertenece a un grupo de profesores y poetas latinoamericanos que han impulsado actividades culturales en español.


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