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Domingo

Por Luz Idalia Aguilar

De lunes a viernes procuro comportarme en sociedad durante las horas hábiles.
Respeto el semáforo y me lavo los dientes.
Firmo la tarjeta de entrada para confirmar la sospecha de que cumplo con mi trabajo.
Me cedo en cada gesto cotidiano.
Uso zapatos como la gente decente.
Doblego mi melena por las mañanas y no hablo con la boca llena.
Semana a semana todos los días son lunes
y me repito en el movimiento de mi mano al sopear el pan en el café
y comprobar que es tarde minuto a minuto.
Me repito en mi voz que se despide igual desde hace veinte años,
en la manera de tomar la llave y cerrar la puerta
y caminar siempre los mismos pasos.
Hasta que un día llega el domingo
y es el ansia
y el retumbo
y el latido
y un volver en sí
y sobre sí
y no caer ya aquí dentro
y pedir un cuerpo nuevo que me contenga,
otras manos en el closet,
y un rostro que estrenar frente a quienes han aprendido a salir de su casa con su misma cara de las horas hábiles,
la misma con que se lavan,
se afeitan y se presentan impúdicamente limpios en los bares
y en los burdeles,
sin sentirse oprimidos por su mismo ser de siempre,
del cuerpo que come de dos a tres y renueva cada noche la mueca de la muerte
cuando nos guarda para que al día siguiente volvamos a representar la vida,
que es una sucesión de nosotros mismos segundo a segundo,
si es que realmente un segundo cabe en una hora.
El domingo busco mis partes en los límites que me circundan
y estallo en las orillas cada vez que digo buenas tardes
y me pongo los zapatos para saber que mis pies siguen abajo
y me miro la palma de la mano para escoger Insurgentes en lugar del Periférico
porque al fin y al cabo no voy a ninguna parte y nadie me espera...
y por eso imploro cuando mis domingos caen en martes
para que se alarguen una semana más, y no me dejen llegar a los lunes de todos los días.

Luz Idalia Aguilar Sierra nació en México, Distrito Federal, hace poco más de tres décadas. Desde niña tuvo una extraña inclinación por los rincones apartados, donde se pudiera uno ausentar del mundo y dar rienda suelta a las facetas más autistas de su personalidad. Indecisa entre las letras y las artes plásticas, eligió la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas, en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde en lugar de estudiar se dedicó a leer; y luego lo olvidó todo para tener el pretexto de volver a leer. Cuando conoció la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, se convenció de que había hazañas imposibles susceptibles de convertirse en realidad, por lo que se inscribió de inmediato al Diplomado para Escritores de dicha escuela. Terminó el diplomado lista para ganarse el pan con el sudor de su frente y se dedicó al guionismo de televisión educativa, actividad de la que intenta vivir hasta la fecha.

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ilianarz@servidor.unam.mx