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El dios está en todas partes

Por Raquel Mosqueda

Arundhati Roy: El dios de las pequeñas cosas. 10a. edición, traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro. Barcelona, Anagrama, 1998.

Reconstrucción, búsqueda o reconciliación con el pasado, lo cierto es que esta novela de Arundhati Roy nos muestra uno más de los múltiples y complejos rostros de la India, esa gran desconocida.

Es así como a través de capítulos donde se alternan los recuerdos y el presente, los gemelos Estha y Rahel, separados durante 23 años, intentan explicarse el momento en que "la historia fue cogida a contrapelo, desprevenida. Despojada de su piel como una vieja serpiente" (p. 207) y las consecuencias funestas que este hecho trajo a sus vidas.

Relato que construye mediante detalles y gestos, al parecer insignificantes, el universo infantil poblado de "pequeñas cosas" en el que Estha llega a la conclusión de que "a) A cualquiera le puede pasar cualquier cosa. Y b) Es mejor estar preparado" (p. 209) Sin embargo, ellos no lo estaban para afrontar siglos de clasismo en donde la sociedad "... establece a quién debe quererse. Y cómo. Y cuánto". La transgresión de esta ley en un rígido sistema de castas provoca la muerte de la pequeña Sophie Mol, quien con su madre (ambas inglesas) representa ese otro mundo que cierra los ojos para aparentar que lo que ven o viven es sólo un mal sueño.

Al narrar la historia de una familia cualquiera en donde la rebeldía de Ammu (madre de los gemelos), el silencio de Estha, la ironía de Chaco (hermano de Ammu, educado en Oxford) y el rencor religioso de Bebé Kochama se entretejen y confunden, Arundhati Roy re-escribe la historia de todo un país (que podría ser también cualquier país latinoamericano). Curioso que a esta novela se le atribuya el ya muy sobado calificativo de "realismo mágico" (como si en tal término cupiera todo lo que no se sabe muy bien cómo "clasificar"); resulta absurdo también que adjetivos como "exótico" o "maravilloso" sigan empleándose cuando de hablar sobre Latinoamérica o la India se trata; lo cual, no obstante, permite entrever que ambas culturas no son del todo lejanas o extrañas, y que tal vez la "confusión" de Cristóbal Colón no lo fue tanto. Pasando por alto a los fanáticos de la definición, lo que importa destacar es que la autora cuenta una historia y lo hace bien. La clave para lograrlo, sin duda, es el echar mano de un lenguaje que recrea con agilidad pasajes que van desde lo lúdico hasta lo sombrío y que hace de los lugares comunes un buen lugar.

RELiM
ilianarz@servidor.unam.mx