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Un día más

Por Quetzalcóatl Escalante C.

Odio a las personas que cuando se refieren a un muerto regalan al oído de los demás la frase: "se murió porque ya le tocaba irse de aquí". ¡Totalmente falso!, ¿quién mejor que yo para decirlo? Es tan falso como poder vender el sonido de la lluvia. A nadie le toca irse cuando se va.

Hace tan sólo una hora, si no es que un poco más, discutí con mis padres porque encontraron un cigarro (que no era precisamente de tabaco) en mi cuarto; yo nada más lo guardaba de recuerdo, pero qué iban a entender ellos. Mejor se la menté y me fui. Luego me encontré en la calle a un perro que ya estaba emocionado con mi pierna; le di una patada que casi le vació el estómago, no sé si fue hitlerismo o algo así porque hasta como que me dio gusto ver su gesto de sufrimiento. Finalmente, para rematar mi paciencia, me subí a un camión en el que viajaba entre el gentío uno de esos rancheros de establo, todo cochino y oliendo a rayos; su peludo sobaco quedaba exactamente frente a mis narices; le eché una indirecta con el viejito de al lado. El ranchero se bajó de la pura pena, pero el olorcito se quedó un buen rato, por lo menos hasta que me bajé. Además, para acabarla de amolar, ya se me había hecho tarde. En eso, se me acercaron dos tipos que predicaban alguna religión, no sé cuál, nada más para entretenerme al querer hablar conmigo; me desesperé y les hice una seña mucho más fea de la que le había hecho a mis padres, bueno, casi igual de fea, sólo que ahora únicamente utilicé los dedos de mi transformista mano; también se la menté a su dios... chance y fue él quien mandó que yo destapara la coladera con la que me tropecé. Me metí uno bien bueno en la nuca.

Al principio, me levanté como si nada, pero luego vomité sobre mis pies por el olor asqueroso de ese túnel de porquería. Cuando volteé para buscar las escaleras o alguna manera de salir de allí, vi a otro baboso que seguramente también se había caído en la coladera, pero no se movía y su olor ya era terrible. Como su saco era igualito al mío, se lo volé para no hacer tanto el ridículo afuera, total, ni quién se diera cuenta.

En fin, no hay forma de salir, y después de la desesperación, he tratado de tranquilizarme para pensar por qué nadie ha venido por mí. Yo siempre había pensado que al morir aparecía un rayo luminoso que nos llevaba al cielo o al infierno. Pero nada de eso ha pasado. Quizá esa es la razón por la que ahora lloro. Estoy aquí, de rodillas, implorando a Dios que me de un día más para pedirle perdón a mis padres por ofenderlos, para sentarme junto a ese pobre animal y acariciarlo, para ponerme en el lugar del campesino que humillé y, por qué no, para darme el tiempo de escuchar a los predicadores que querían hablarme de su dios, que es a lo mejor el mismo al que ahora le pido sólo un día más.

Mi nombre es Quetzalcóatl, actualmente curso el primer año de preparatoria. Cuento con mis escasos 15 años para decir las cosas que siento o que imagino y transformarlas en historias; y más aún cuando se cuenta con la oportunidad de escribir en un espacio que está dedicado a nosotros.

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