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Virginum navis

Por Raquel Mosqueda

Fragmento del Diario del almirante 2º Viaje

"Memorial que para los Reyes Católicos dio el almirante a Don Antonio de Torres.

Lo que vos, Antonio de Torres, capitán de la nao Marigalante e alcaide de la ciudad Isabela, habéis de decir e suplicar de mi parte al Rey e la Reina Nuestros Señores es lo siguiente:

[...] Item. Diréis a Sus Altezas que a más de la abundancia de oro que cualquier de los que vieron cogieron solamente con las manos por muestra vinieron tan alegres y dicen tanta cosa de la abundancia de ello que yo tengo empacho de las decir y escribir a Sus Altezas. Los dichos hombres dieron por señas que cerca deste lugar, sería dos leguas, subieron en un montecillo por descubrir más de aquel oro e vieron dos unicornios que por allí pasaban.

Item. Diréis a Sus Altezas del Coronel cuánto es hombre para servir a Sus Altezas en muchas cosas y cuanto ha servido hasta aquí en todo lo más necesario [...]"

Del Bestiario medieval

[...] Y de entre las muchas cosas que le atribuían al unicornio (propiedades mágicas y curativas, amuleto de buena fortuna, etc.) destaca el hecho de que, al posar delicadamente su cuerno en el regazo de una doncella, corroboraba la pureza de ésta, es decir, su virginidad.

Carta de fray Filoteo a su Señoría Conde de Villacruz

Respondo a Vuestra señoría (que Dios guarde) a su piadosa y justa solicitud de confesar a vuestra hija la tal Doña Ana a la presente, novicia de este convento. Y sobre el pedido que Su Excelencia hace para que sin dilación se embarque en mi compañía en la nao de San Blas que partirá el mes próximo hacia las tierras que Dios y la divina Virgen han querido poner a los pies de nuestros Señores los Reyes Católicos.

Los informes que me ha dado la madre superiora (mujer devota y celosísima de sus deberes) acerca del comportamiento de vuestra hija desde que aquel desdichado suceso la condujo a las puertas de este recinto, no han podido ser más satisfactorios: Doña Ana muestra un carácter dócil y apacible; su afán de cumplir los preceptos de la orden la han llevado a penitencias que han servido de ejemplo para las otras novicias (algunas de ellas movidas por el demonio de la envidia murmuran que vuestra hija busca con estas torturas y privaciones limpiar la fea culpa que el villano Don Álvaro le achaca). Yo de por mí tengo la confianza en las palabras de Doña Ana ( las lágrimas y la dulce voz con que jura contra la infamia no pueden ser sino inspiradas por la inocencia); por tanto, y movido por la súplica de Su Señoría, el Padre Rector ha consentido en que me embarque con el justo propósito de buscar a la dicha criatura y comprobar la pureza de vuestra hija.

Me despido de Vuestras Señorías agradeciendo a Dios la oportunidad que da a este su humilde pastor de servir a tan nobles Señores.

Olvidaba mencionar a Vuestras Excelencias que con nosotros viajan otras desdichadas afligidas por la misma pena (no estoy tan cierto de todas ellas como lo estoy de vuestra hija, pero la providencia de Dios alcanza para todos). No tenga empacho que desde el primer día que toquemos mar informaré a Sus Señorías de todo cuanto en este viaje acontezca.

Diario de Doña Ana de Villacruz

Dios mío, puesto que tú lo pides, me acomodaré a tus designios; y ya que te empeñas en agravar mis males, no me queda sino este diario en el cual desahogar mis penas. Desde que comenzamos la travesía los mareos no me han dejado un momento de paz, si no fuera por el bendito de fray Filoteo que todo el tiempo vela por mí haciendo las más de las veces el papel de aquel padre bondadoso que nunca tuve. Lo que tanto temía resultó cierto: mi verdadero padre, no conforme con obligarme a un casamiento en el que nunca consentí (antes hubiese preferido el convento y así se lo hice saber) y creer más en la palabra de un villano que sin duda vió en mí sólo el brillo de la dote, me ha mandado lejos de las amorosas manos de mi madre y del consuelo que me procuraban los muros del convento. Adivino su propósito (por más que el bueno de fray Filoteo quiera convencerme de lo contrario), perderme de vista para así olvidar la mancha que he arrojado sobre su ilustre apellido. Dios, perdónalo tú, que yo no quiero hacerlo. Este viaje sin duda me costará la vida, ya siento el vómito acercarse a mi garganta.... otras cosa me preocupan: la juventud de fray Filoteo, que sin duda lo ha mal aconsejado para que nos siga en esta absurda aventura, ¿creerá realmente en mi inocencia? ¡Oh Virgen Santa, perdóname por dudar de éste que sin duda es un enviado tuyo para hacer menos áspero el camino de mi calvario!

Carta de fray Filoteo a su Señoría Conde de Villacruz

Como prometí a Vuestra señoría, informo de lo que en esta travesía en busca de la dicha criatura capaz de restituir la paz a tantas almas como aquí viajamos hemos emprendido. Sé que esta carta llegará a vuestras manos sólo cuando nosotros hayamos desembarcado en puerto seguro y pueda enviarla en alguna otra embarcación que vaya de regreso a nuestra amada tierra (que ya comenzamos a extrañar); no obstante, considero mi deber informar a Vuestra señoría a fin de que tome las precauciones que vengan al caso.

Desde el primer día pude advertir la maliciosa sonrisa con que la tripulación, gente baja y con muy poco temor de Dios, nos recibieron a mí y a las infelices que buscan desmentir a los falsos y codiciosos mal llamados caballeros que han usurpado sus dotes acusándolas de impureza en el momento de tomar estado. He hablado con todas ellas, las cuales, en cuanto se enteraron de que viajaba en la misma nao, buscaron el consuelo de la confesión. Todas juran ser inocentes. No vaya a creer Vuestra señoría que peco de ingenuo, conozco la débil naturaleza de las mujeres; sin embargo, es tal la vehemencia con que juran y las muestras de dolor que todas ellas presentan que conmoverían a una piedra (no así a los dichos caballeros que mal demuestran tener alma cristiana), como sea, he procurado aliviar en la medida de mis pobres fuerzas tanto dolor como me rodea.

Continúo con el relato: una vez embarcados vuestra hija la ha pasado muy mal, la pobrecita no puede tenerse en pie, el mareo y la náusea la mantiene postrada en su camarote, lo cual no está del todo mal ya que le evita las preguntas de lo demás viajeros. Siguiendo vuestra orden nadie ha sido enterado del apellido y la cuna de vuestra hija, de cierto estoy que si lo supieran tendrían más consideraciones hacia su desventura. El primer mes no tuvimos ningún percance salvo la obstinada melancolía que embarga a vuestra hija que insiste (¡oh tristeza que inspiras locuras a la mente!) en que vosotros la habéis condenado a una muerte horrible a manos (garras debiera decir) de gente salvaje. Yo hice hasta lo imposible para evitar que Doña Ana escuchara las mil historias terribles que sobre las nuevas tierras cuentan los marineros, de entre ellas la que más nos asusta, pues hasta yo me incluyo en el gran temor que provoca, es el saber que en aquellas tierras tan lejanas vive gente que practica la idolatría y (lo escribo con indecible espanto) la horrible falta de devorar carne de sus iguales; al principio creí que era por darnos miedo y burlarse de nosotros (como si pocas fueran nuestras penas); sin embargo, aquestos hombres juran que es verdad y aún el propio capitán desta nave lo ha corroborado. Todo lo anterior me hace preguntar a Vuestra Majestad: ¿Valdrá la pena exponer a Doña Ana y a las otras doncellas a tan turbadoras visiones? ¿Correrán riesgo sus vidas? Por la mía no me preocupo, ya que de cierto tengo que Dios ha guiado mi camino para sembrar su palabra en el corazón desta pobre gente (que, por lo demás, aseguran los que ya han estado en esas tierras, que son gente de por sí dóciles); claro que no han tenido gran trato con ellos sino por mercar alguna baratija por el oro que todos sabemos que abunda en esas regiones. Sigo mi relato. Digo que el primer mes todo parecía en calma (hasta donde es posible en corazones tan atormentados); no embargante, ya para el principio del segundo, las miradas de los marineros eran no sólo insolentes, que con eso bastara para tener precaución, sino que iban, cuando eran dirigidas a las mujeres, cargadas de malsanos pensamientos. Lo notó el capitán y dio orden de no salir de nuestros camarotes (a mí con ellas). Obligadas a tan injusto encierro, las mujeres se acogieron a la disposición no sin cierto enojo de algunas dellas (que entre mí sospecho no son del todo puras ya que aceptaban sin enfado los galanteos de algunos marineros); como sea, en llegando a nuestro destino sabremos si la criatura posa su cuerno en esos regazos. Me he extendido en mi relación y aún no cuento a Vuestra Señoría la más triste noticia. Me asegura el capitán que en tales tierras no hay ningún animal como el que nosotros buscamos. Casi estoy tentado a no dejar que vuestra hija toque tierra y a regresarla en el primer barco que torne a España, y tal vez esto sea lo que haga. Estoy seguro que Vuestra Merced opinará como yo que es lo mejor. Por ahora continuamos por estas aguas del Señor que no parecen suficientes para lavar nuestros pecados.

Del Diario de Doña Ana de Villacruz

Siempre he de empezar invocando tu santo nombre, Señor. ¡Dios mío, qué pecados pude haber cometido para verme en tan desesperada situación! ¿No valdría más, Señor, que me acogieras en tu reino? ¿O acaso es tu voluntad el que muera devorada por esos salvajes? ¡Oh cruel padre que así vengas una infamia en un ser inocente! De tanto repetirlo estoy comenzando a no creerlo. Afortunadamente los mareos han pasado; no obstante, sigo sin salir del camarote a ruegos de fray Filoteo, que se ha negado a contarme el porqué deste encierro, mas luego me enteré por las otras infelices que con nosotros viajan, que el demonio y la muy larga travesía han puesto enfermos los cuerpos de los marineros, a lo cual yo respondí que entonces era nuestro deber como cristianas ayudarlos a recuperar la salud. Entoces, aún no logro comprender por qué todas se burlaron harto de mí, pero la que más se empeñó fue una tal Doña Ximena du Ventos, que me dijo que allá yo si quería curarlos, que lo que es ella ya bastante tenía con haber curado los males de su esposo y queste cuando se cansó buscó otra de más alta cuna y a ella la había despreciado diciendo que no era virgen cuando contrajo estado. —Imagínense, gritó, salirme con esto después de ocho años de casados. Por fortuna Dios no le envió hijos, así que habiendo ya perdido a sus padres, y el marido negándole la dote para su sustento, decidió embarcarse, y cuando yo le pregunté por qué no se había acogido a la servidumbre de Dios en algún convento, me contestó muy airada: —Hija, mujeres como yo, ni en convento ni de espaldas. Tampoco entendí qué me quiso decir con esto, pero ya no pregunté por evitarme más burlas. Con razón fray Filoteo me recomienda alejarme destas mujeres. ¡Si el pobre escuchara lo que cuentan éstas a sus espaldas! Porque eso sí, delante de él juran y perjuran hasta por su madre que son inocentes, pero en cuanto éste voltea, se sueltan a decir sus vergüenzas. Otra, a la que llaman simplemente "La Manolita", muestra sin ningún recato la carta que le dio su madre obligándola a partir, la cual a la sazón dice así (la muy desventurada me ha pedido que la guarde para que no la vea fray Filoteo y me ha hecho prometer que no le diré nada):

Carta de Doña Manola a su hija "Manolita"

Tesoro que para mi mal no naciste con los sesos bien puestos. Mira niña, ya sé que eso del jaloneo durante meses y más meses en una nao de aserrín no es lo que yo deseaba para una hija mía, pero ten en cuenta, tontuela, que fueron tus "caprichitos" los que pusieron a la inquisición a nuestra puerta y questa es la única salida que encontró el bien amado tuyo capitancito para evitar que ardieras y que a mí me cerraran la casa, así que apechuga. A la pregunta que me haces, rica, sólo puedo responder una cosa: si has podido engañar con tu "pureza", vendida a precio de oro un total de diez veces que te llevo en cuenta... engaña a ese que no deja de ser animal y, si es preciso, agárrale del cuerno sin empacho. Y ya que estás ahí entre tanto hombre necesitado, no pierdas el tiempo y procura sacar algún provecho a más de volver sana y buena que aquí muchos buenos cristianos preguntan por ti.

Doña Manola

Yo francamente no entiendo bien a bien, pero de cierta estoy que la tal Manolita sale sin ser notada (o al menos eso cree ella) todas las noches y regresa muy mareada; también Doña Soledad, que al principio era la que más confianza me inspiraba por ser casi de mi misma condición, se le ha sumado. Yo creo que tales paseos nocturnos no son buenos porque de ser muy reservada y hasta hosca, Doña Soledad se ha puesto muy "encendida" y dice disparates tales como: "bendito sea el cornudo de mi marido que me mostró mi verdadero oficio". No me explico qué oficio puede encontrar una mujer en medio del mar en una nao llena de hombres.

Como si todo esto fuera poco, fray Filoteo me ha pedido que en mi próxima confesión le declare lo acontecido en mi noche de bodas. ¡Dios mío! ¿Cómo podré contarle eso a nadie sin morirme de vergüenza? Cuanto más a fray Filoteo que me mira de una forma.....

Carta de Don Juan Álvarez al Conde de Villacruz

Se preguntará usted, señor Conde, quién demonios es este Don Juan que le escribe. Permítame decirle que no es otro que aquél que durante un tiempo se hizo llamar fray Filoteo (aún no comprendo cómo pude elegir dentre tantos nombres ése, supongo que fue una debilidad de mi parte). Pues bien, procedo a contar lo que en estos diez años ha acontecido con nosotros. Escribo azuzado por la que a mi lado duerme y también movido por ese gozoso privilegio llamado venganza.

Verá, mi querido Conde, comenzaré dando noticia de mis andanzas antes de vos me encargases aquella misión; os diré que desde mozuelo no di yo muy buenos pasos, y los que daba eran descalzo, ya que mi padre, un capitanzuelo de a cuarta, dejó a mi madre preñada y se fue a una de esas guerras que gustan tanto de hacer en nuestra patria. En fin, despreciada de su famila (¿os suena familiar?) y con un hijo a cuestas, mi madre hizo lo que hacen la mayoría de nuestras mujeres: se metió a un convento y, en cuanto a mí, me abandonó en uno desos infames hospicios del que escapé no bien tuve uso de razón (esto lo supe más tarde cuando mi propia madre me lo confesó una vez que andando por su convento reconoció en mí los rasgos de mi padre, del cual juraba era yo su vivo retrato). Como sea, anduve de aquí para allá robando las más de las veces para matar el hambre, mendigando otras; fue en las afueras de una iglesia en donde encontré al hombre que se volvería mi benefactor (que si existe un paraíso seguro estará en él), el bueno de fray Jerónimo que me adoptó, movido sólo por la compasión que le inspiró mi estado y mi corta edad, como hijo suyo. ¿Por qué a mí dentre tantos otros? No lo sé, sin embargo procuró hacer de mí un hombre de bien. Y digo que procuró, no que lo haya logrado, porque siempre hubo una cierta mala inclinación en mi carácter que me hacía mirar con demasiada atención los encantos de las mujeres, aún de aquéllas que habían tomado hábito. No fueron pocos los disgustos que di a fray Jerónimo por mi "inclinación". Fue debido a un escándalo desta naturaleza y no por los ruegos de "su alteza" que fui enviado en la nave a acompañar a vuestra hija. Entre una nave repleta de mujeres bellas y jóvenes o la hoguera, dígame, señor Conde, ¿qué habría yo de elegir? Una vez explicado esto, el resto de la historia podrá imaginársela usted. Llegar a estas tierras y comprobar que no existía el dichoso unicornio fue uno y lo mismo. Seguro que se enteró usted del regreso de una destas desafortunadas, de aquella Doña Ximena, que volvió dando gritos de aleluya por haber encontrado el dichoso animal; digo que lo sé porque yo mismo firmé entre los cuatrocientos testigos que daban fe de haber visto con sus propios ojos cómo el animal posaba humilde su cuerno en el regazo de tan pura dama. La misma Doña Ximena nos escribió contándonos la cara que puso el pelmazo de su marido cuando se presentó con una orden de la mismísima Corte, que sólo Dios sabe cómo consiguió, acusándolo y exigiéndole la restituyera en su lugar de esposa o por el contrario le devolviera la dote. No hubo otro remedio y, con la dote de regreso, Doña Ximena ha vuelto a encontrar marido... De una tal Manolita, que a fuer de bella es muy inteligente y ha aprendido con facilidad la lengua de la gente de esta tierra, y de otra tal Doña Soledad sé que han montado un refugio para el solaz de los marineros y soldados que se aprestan, con no sé que derecho, a reclamar estas tierras para sus muy católicas majestades. En cuanto a nosotros, abandonados a nuestra suerte por el capitán de la nao y por el propio gobernador desta tierra, que con justa razón nos declaró locos, empezamos a encomendar nuestra alma al Señor al ver acercarse a un grupo de gente casi desnuda. Nos preparábamos para morir como mártires cuando dos dellos, al parecer sus capitanes, nos condujeron a la que se convertiría en nuestra morada hasta hoy día. Poco tiempo pasó para que yo me diera cuenta de que mi afán de convertir a esta gente a la fe católica era inútil; ellos vivían muy bien así, con poca ropa y mucha comida (todo cuanto declaran acerca de la exuberante naturaleza destas tierras es bien poco comparado con lo que nuestros ojos han visto). De vuestra hija no tiene por qué tener empacho, debo confesaros que me costó trabajo convencerla de no partir en busca del animal ese y más de que, estando nosotros como Adán y Eva en el paraíso, no habría mal ninguno en que cumpliésemos los mandatos del Señor que bien dicen: "juntaros y reproduciros". Tal vez fueron estas y otras citas biblícas de las que me valí, lo cierto es que para hoy, yo salgo todos los días a cazar y pescar, y vosotros sois abuelo de varias criaturas que crecen sanas al amparo del buen clima que aquí hallamos... los designios del Señor son insondables. Hemos mudado tanto, que sería imposible reconocernos, además de que hemos cambiado nuestros nombres (que no es Juan Álvarez como vos comprenderá). Vivimos en paz sin que nadie meta sus narices en nuestro lecho (a la gente de aquí le importan un carajo las manchas de sangre en las sábanas si no son producidas por el ataque de un animal; dígame, señor Conde, ¿quiénes son los salvajes?). Por cierto, sólo me falta añadir que Doña Ana sí era virgen; esto lo comprobé yo, sin necesidad de ningún cuerno. Salud dé Dios a Vuestra Alteza.


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