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Engendros rurales

III

Por María Leticia López Serratos

A Lulú, domicilio conocido.
Al Gigante mentiroso, por sus verdades y sus enseñanzas.

La cocina no huele a nopal asado
desde hace años:
Ausencia.
Café negro, frijoles de olla, jitomate que agoniza
bajo el yugo del tejolote:
Más ausencia.
No me reproches, Lulú, el polvo del espejo.
Todavía me veo... ¡De veras!
Aprendí hace poco a procurar el orden
de mi desorden.
Mi melena insumisa
me la recuerda:
¡cómo odiaba el chorro de brillantina
que escurría por mis orejas!
Y luego, al colegio:
ándele, escuincla, aunque no quiera.


La memoria la llama los domingos,
se sienta conmigo en la cocina:
Tequila.
Golpeamos nuestros caballitos.
Yo fumo,
ella no me regaña, mueve nomás la cabeza...
esta diantre desentendida no cambia, a ver
quién le quita la tos de garrotilla,
y quién le limpia el espejo
y quién la peina
y quién la lleva a la escuela.


Los lunes no huelen a nopal asado,
los martes no me veo en el espejo sucio,
los miércoles, los jueves, los viernes,
uno que otro, tienen color de ausencia.
Pero el humo sabatino de mis cigarros
y mi botella de tequila
me recuerdan que los domingos
Lulú no se marchó del todo.


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