Revista Electrónica de Literatura Mexicana
Número uno. Octubre-diciembre de 1998
Sección: Recentiores

La sala del contratiempo

Por Quetzalcóatl Escalante Covarrubias

Todos los días son como ayer, nunca hay nada nuevo; sólo tratas con personas tontas que desean sacar algo de un libro, aunque sus cabecitas aún no lo saben. Aparte tengo que acomodar los textos, las fichas, las sillas y los estantes, sólo por mencionar algunas cosas: me desagrada, lo que sí me gusta es sentarme a leer un buen libro de García Márquez o bien, me fascinan igual las obras de Shakespeare; bueno, hay infinidad de libros en qué sumir la nariz para olvidar todo y pensar que al que se lee es a uno mismo.

Rin, rin, rin, rin... el despertador sonó como todos los lunes desde que me levanto para ir a trabajar. Recuerdo haber desayunado un pan y café negro porque el día anterior llegué tan somnoliento que apenas toqué mi almohada me quedé dormido y no pude ir a comprar nada que me agradara. Me dirigí a la parada del camión, que por cierto se tardó tanto en llegar que casi me congelo. Luego de un rato llegó; ahora ya iba camino a los disgustos, el cansancio y el sueño que me provoca estar en la biblioteca, es tan tedioso trabajar ahí que hubiese aceptado cualquier otra propuesta de empleo que me ofrecieran.

Al llegar lo primero que hice fue checar, ya que tiempo perdido es dinero perdido; empecé por acomodar los libros que llegaron, después di instrucciones a docenas de niños, jóvenes y adultos que no sabían cómo encontrar algún texto, lo cual es muy fácil para mí, sin embargo para ellos todos los libros son iguales; fue un día como todos. Al final de la jornada, cuando ya iba a cerrar, me dirigí a depositar unas cajas repletas de libros al sótano. Al colocarlas sobre los estantes fui víctima de un mal cálculo, el peso de las cajas era demasiado, así que hizo venir abajo el estante y a otros dos libros más. Durante un segundo no supe lo que sucedía a mi alrededor, pero al despertar del pequeño desmayo provocado por La Biblia que me golpeó la cabeza, supe que estaba tirado en el piso con cientos de libros que me cubrían, un estante que me fracturó una pierna y finalmente una pelota de caucho que dejó olvidada un niño.

La biblioteca ya estaba cerrada, por un momento me invadió la desesperación, gritaba pero los oídos de la gente eran sordos a mis gritos. En ese instante no sólo me invadió la angustia, también el hambre, ¡cómo se me antojó un café negro! Durante un rato jugué con la pelota de caucho y en algunas ocasiones hojeaba varios libros que encontraba a mi alrededor.

La sensación de estar aquí atrapado y solo es muy extraña; parece que todo el tiempo se ha detenido, no se escucha más que mi respiración o mis inútiles intentos de escapar de esta habitación que me mantiene preso junto con los libros y los estantes. Es como estar en una cápsula de tiempo en la que todo sucede sin que haya nada que termine nunca. Es como estar retrocediendo en un lugar donde el tiempo no transcurre, sólo regresa.

"Espero que algún día me encuentren, antes de que me pase el tiempo por encima y me deje olvidado aquí en estas cuatro paredes".

Mi nombre es Quetzalcóatl, actualmente curso el tercer año de secundaria. Cuento con mis escasos 14 años para decir las cosas que siento o que imagino y transformarlas en historias; y más aún cuando se cuenta con la oportunidad de escribir en un espacio que está dedicado a nosotros.

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