Revista Electrónica de Literatura Mexicana
Número cero. Julio-septiembre de 1998
Sección: Cuenteando
Columna: "Cuentos de asfalto y neón"

Sólo un viaje más o historias de microbús

Por Raquel Mosqueda Rivera

-Él nació, que sé yo, porque quiso el destino, porque quiso Dios...

La canción del TRI sonaba insistente y pegajosa, sin muchas ganas comencé a cantarla, aburrida de ver pasar coches y sumar placas.

... Porque ese niño teniendo más derecho que tú o que yo ese niño...

Canta igual de mal que el Lora -pensé-, aún así, estos chavos que con un -permiso mai- se habían subido al micro, lograron despertar y parar por fin los ronquidos de mi compañero de al lado,un señor de cuyo peso, mi brazo derecho sabía ya demasiado.

Medio sentada en la parte de atrás entre el ya mencionado señor y una señora de no menos kilos y de muy mal talante, me sentí un tanto vengada al cantar una rola que ellos seguramente estarían considerando espantosa, yo y mis prejuicios de nuevo- volví a pensar-, sin embargo no pude evitar sonreir y continuar cantando.

-Al fin del callejón ahí va ese niño sin ninguna ilusión, aprendió sin querer que sólo trabajando se puede comeeerrr...

Sin querer ya estaba moviendo la cabeza y los pies al ritmo de la tonada.

Eran tres, los tres con greña larga, los tres con pantalones ajustados, los tres con botas hasta las rodillas y los tres con chaleco sin camisa debajo. De todo esto me di cuenta mientras ellos avanzaban hacia la parte de atrás, sin perder la tonada comencé a sacar el dinero (¿un peso o dos?, mejor dos, se lo merecen), sintiéndome la mujer máaas generosa de México tomé una moneda de cinco pesos, estiré la mano en el momento en que se acercaban a mí -tú no, amiga, eres banda, chido- entendí lo que había pasado al escuchar los gritos de la señora de mal talante -¡malditos! ¡ladrones!, ¡deténgase chofer, qué no ve que me robaron!

-A todos señora- grito no sé quién.

- No, a todos no, a esta señorita no le quitaron nada.

- La señorita no robada era yo, instintivamente ya me estaba acercando a la salida, bajé en el momento mismo en que el chofer cerró la puerta, sin más me eché a correr sintiendo "hordas" de gente tras de mí, de repente algo me hizo detenerme en seco - ah, chingá, ¿por qué corro?, si yo no robé nada -, volteé a enfrentarme con mis perseguidores, no había nadie, busqué cambio en la bolsa del pantalón, le hice la parada al pesero, me subí. De inmediato me envolvió la tonada del TRI

Ese niño no conoce el amoooooor.

Raquel Mosqueda, Des-trozos. México, Ediciones Mixcóatl, 1998.


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