Revista Electrónica de Literatura Mexicana
Número cero. Julio-septiembre de 1998
Sección: Arrieros somos...
La mentira como método (o hacia una literatura necesaria)
Por Raquel Mosqueda Rivera
"...mi única hazaña ha sido no ser verdadero,
mentir con la conciencia de que digo la verdad..."
José Carlos Becerra, El azar de la perforaciones
Recurrir a la mentira ha sido, se ha convertido ya, no en un vicio sino en un método. Sin ser llamada acude a nuestros labios . ¿Por qué mentí? Es una pregunta cotidiana. Servil, oportuna, ingenua, piadosa estúpida o cruel, pero sobre todo necesaria, la mentira se aloja en nosotros al igual que un virus o una droga . Se nos vuelve indispensable al comer , amar o respirar . Nadie dice la verdad nunca y esto no porque no quiera hacerlo sino porque la desconoce. De aquí la necesidad de la mentira, de llenar con ella nuestro gran vacío de verdades. Por otro lado, ¿quién necesita de una verdad cuando puede echar mano de una excelente mentira? Así nuestras peores (que son en realidad las mejores) mentiras se convierten en nuestras mejores (es decir, nuestras peores) verdades. Maquilladas una y otra vez por el inacabado deseo de perfeccionarlas hasta el extremo. Creemos poseerla cuando es ella quien nos posee. Frágil plataforma en la cual nos sustentamos. De aquí el método, de la extenuante tarea de dedicarse día a día, hora con hora en transformar lo, a todas luces falso, en lo contundentemente verdadero. Que nadie se atreva a decirnos ¡mientes! La labor del mentiroso no ha sido aún del todo reconocida. ¡Mientes estupendamente bien! Es un halago que pocos pueden esperar. Y son menos aún los que entienden el esfuerzo que requiere el mentir constantemente, sin aparente reparo en las consecuencias que parecieran no importar. Pero importan. Una mentira (es cierto) trae consigo una cadena sin fin de otras pequeñas mentiras. La memoria es importante para el mentiroso. Recordar a quién sí y a quién no se le dijo tal o cual mentira es fundamental puesto que puede incurrirse en errores y eso es algo que no se le permite al que ha adoptado el acucioso oficio de mentir. Deslindemos, un mentiroso no es lo mismo que un mitómano. Lo que se ha dado en llamar mitomanía tiene en realidad poco que ver con el quehacer del mentiroso. El mitómano miente por impulso, porque sí y lo hace, en esto estriba la diferencia, sin darse cuenta de que lo está haciendo. El mentiroso en cambio, sabe que está mintiendo, engañando. Esto no significa que lo disfrute, pocas (y afortunadas) son las ocasiones en las cuales se miente por placer. Como se mencionó en un principio, casi siempre lo hacemos por necesidad. Y es esta misma necesidad la que exige el trabajar una mentira hasta la perfección. Elaborarla, acrecentarla, pulirla con la paciencia de un orfebre sin que ésta pierda la espontaneidad con la que surgió. Segundo requisito indispensable en un buen mentiroso. Una vez que se lanza la mentira, debe hacerse todo lo necesario para que ésta no se vuelva contra sí mismo. Si la mentira fue oportuna, salvadora, es necesario pagarle con la misma moneda. Ser oportunos no sólo para recordarla , sino para quitar de ella todo lo que pueda delatarla ya que es éste y no otro el riesgo de mentir. Ser "cachados" en una mentira nos llena de "vergüenza y de oprobio"; sin embargo, no debemos alarmarnos, siempre hay modo de resarcir tal error: mentir nuevamente y mejor. Si bien es común escuchar "fue una mentirijilla sin importancia". No existe mentira insignificante. Todas cuentan. No desesperemos si nuestras primeras mentiras son ingenuas y hasta torpes. Mentir bien y sin culpa es algo que sólo se consigue con la práctica. Es así como la mentira no sólo se nos vuelve una estupenda e indispensable verdad. La llevamos a la tienda y a la cama. La mimamos y la usamos. Pero no podemos deshacernos de ella. Nada más repugnante que un mentiroso que inútilmente se desmiente. La verdad suele ser no sólo menos interesante sino menos creíble. ¿Que la mentira dura hasta que la verdad aparece? Tal vez, pero, si la vida misma se nos vuelve una mentira, un perpetuo engaño, ¿habrá quién aún espere por esta sospechosa verdad?
Sin embargo, los verdaderos grandes mentirosos, los que han hecho de sus mentiras verdades inobjetables se hallan sin duda alguna, no en el terreno de la política como podría pensarse, sino en el de la literatura. Escritores que han trocado en virtud lo que antes fue un pecado. ¿Quién miente mejor? Éste es al parecer el mérito de la literatura: mentir sin tapujos, sin pudor, "con la conciencia de que se está diciendo la verdad". Y si hablamos de mentirosos cómo no acudir a aquel que logra confundir y remitir a los no advertidos a una infructuosa, desesperante búsqueda por polvosas bibliotecas para encontrar siempre nada: Borges y su inacabable mundo de mentiras (que el denominó ficciones) para ratificar lo dicho "... la literatura no es una gran mentira. La literatura es la mentira".1
¿Y habrá quién dude de la conciencia de la verdad que preside a los laberintos de Borges? Aclaremos, mentir no es aparentar . Las apariencias casi nunca engañan. La mentira sí. Tal es su función; sin embargo, el engaño se dirige principalmente hacia el mismo que lo emite. Lo realmente atroz sucede cuando no se cree en el propio engaño, en la propia mentira . Partir del auto-convencimiento sería el primer paso del método. Ya se dijo que mentir no es simple, hay que saber hacerlo del mismo modo, con la misma naturalidad con la que se habla o se hace el amor. La mentira nunca ha de parecerlo. Exigencia que no requerimiento del método, que de seguirse augura no sólo éxito ( fin aleatorio en el mentiroso) sino y principalmente, la convicción de que la mentira es ya una verdad para todos incluso para sí mismo. Vivir nuestras mentiras es casi similar a vivir nuestras verdades con la pequeña diferencia de que las segundas están hechas precisamente para no dejarnos vivir. Las primeras tampoco facilitan nuestra existencia, por el contrario, tienden a complicarla. Sin embargo, poseen "algo" que ninguna verdad podría darnos: la terrible certidumbre de que son eso precisamente, mentiras, engaños que nos procuramos o que nos procuran los demás para señalarnos de modo indeleble cualquier verdad que se nos haya quedado atorada por ahí.
Es por esto que la literatura en su calidad de mentira debiera ser indispensable, "quitadle al hombre la mentira y no será nada".2
La gran mentira que es el hombre encuentra en la literatura su igual, "Pues nada de sí mismo ni del mundo entienden la generalidad de los hombres, si la literatura no lo explica".3
Así, puesto que es a través de la literatura como el hombre ha adquirido cierta comprensión del mundo y ésta no es más que una mentira, tal comprensión también lo es. No, no nos apresuremos a censurar a estos estupendos mentirosos. Ellos pocas veces se engañan. Somos nosotros los que necesitamos de la mentira, de la trampa que nos tienden y en la que aparatosamente caemos. Confiemos, pues, en ellos, ya que son los únicos que mienten sin pretender no hacerlo. El método queda completado cuando reconocemos que todo lo anterior pese a ser mentira, tiene algo de verdad.
Notas:
1. Jorge Luis Borges,
Obras completas, p. 75.
2. Henrik Ibsen, Obras, p. 69.
3. Leonardo Sciascia, La bruja y el capitán, p. 17.
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