Observo las constelaciones, infinitas fragancias de hálito nocturno. El cielo tapizado de biombos frescos que dejan huella al amanecer.
Un suspiro profundo entretiene mi alma; tal vez la locura, ese espacio que se enmarca a través de la distancia-tiempo.
Despiertan los sueños que quedan atrapados en el abismo de oscuridad, de misterio.
Pasan y pasan los segundos, son tan rápidos como el sonido del mar.
Mis pasos despiden las últimas horas de existencia; comprendo que lo prohibido es posible con una sonrisa que revela burbujas cristalinas, siempre ansiosas de habitar en los labios.
Toco...
La soledad me acompaña, rocío de descanso, interno y exquisito. ¿Dónde quedará mi presencia?
¿En qué lugar se verá mi fantasma?
¿Quién me inmortalizará con sus recuerdos?
Respiro...
La tierra húmeda del corazón que muere. "Mi misión se cumple."
Escucho lejanos conciertos, instrumentos naturales que se han fundido en arcoiris.
Hablo... del océano y de la penumbra, nunca arropada, nunca escondida, siempre interesante a la magia de la agonía.
Se han agotado los sentidos, es hora de hallar el otro lado de la vida. Ha llegado el ángel que esperó veinte años en el ocaso, conozco el túnel deslumbrante, hay un camino de cempasúchil, otra guía que riega sobre mi espíritu agua de laurel.
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