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Nacimiento y celebración

Por Leticia López S.

Hace ya algunos años, quizá cinco, asistí a la comida del día del maestro que se organizaba para los profesores de la Preparatoria 1 de la UNAM. No me acuerdo quién estaba en la silla de la izquierda, pero la de la derecha estaba vacía y pensé que así permanecería. De pronto se sentó en ella una maestra desconocida. Era más o menos de mi edad. Le pregunté su nombre y la materia que impartía. Iliana Rodríguez —me respondió—, de literatura. Comimos y conversamos. Después, volví a encontrarla en repetidas ocasiones en el salón de profesores. Un día coincidimos en el microbús, y en un trayecto brevísimo, me atreví a pedirle que leyera algunos cuentos que había escrito ya hacía algún tiempo para que me diera su opinión. Ella asintió y prometió mostrarme, a su vez, su producción poética. Me entusiasmé, claro, pues hasta ese momento nadie había leído mis textos. Así quedaron las cosas. Ni yo le enseñé mis cuentos, ni ella me mostró sus poemas, pero eso sí, comenzamos a desayunar juntas siempre que podíamos, a conversar y a cultivar una relación que llegaría a convertirse en una de las más firmes amistades que poseo. Un par de años después, llegó a la prepa una nueva profesora de literatura, Raquel Mosqueda. Se trataba de alguien de nuestra edad. Pronto las tres hicimos un grupo de amigas, hasta el punto que en la prepa nos apodaron "la generación del 27", pues las tres contábamos con esos años. Vinieron las reuniones en la casa de Iliana, y allí conocimos a Rosario Covarrubias, egresada de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Nuestros encuentros se convirtieron pronto en "tertulias" en las que compartíamos nuestros trabajos: Raquel y yo escribíamos cuentos, Iliana era poeta y Rosario hacía textos de corte ensayístico. Esta especie de talleres fueron sucediéndose hasta hacerse periódicos. Semana a semana nos reuníamos para leer, comentar y corregir nuestros trabajos. Así, las cuatro amigas conformamos un grupo literario.

Un día recibí una llamada telefónica de la trasnochada de Iliana. Sonaba muy contenta (recientemente había adquirido una computadora y la había conectado a Internet) porque había encontrado casualmente una página gratuita en la red. Podrán imaginarse ustedes lo que ocurre cuando una oportunidad de esta naturaleza cae en manos de una persona emprendedora, creativa y entusiasta. Me preguntó si estaría dispuesta a trabajar con ella y con Rosario en un proyecto, algo así como una revista. Yo respondí que sí sin saber bien a bien de lo que se trataba. Entendía muy poco de Internet y mucho menos de páginas web, pero respondí que sí, pues se trataba de Iliana y Rosario, lo cual por sí mismo ya era una garantía. Raquel recibió una llamada en estos mismos términos. Un domingo, mientras la mayoría de la gente dedica su tiempo a la vida familiar, al descanso o a actividades diferentes a las del resto de la semana, las cuatro amigas estábamos en el sitio que posteriormente sería la oficina de RELiM, proponiendo, comentando, discutiendo, perfilando las características de nuestra revista literaria. RELiM (Revista Electrónica de Literatura Mexicana) recibió su nombre en ese lugar y en esas circunstancias, y se introdujo en la red con el propósito de difundir la creación literaria, primeramente la nuestra y la de nuestros conocidos y amigos.

Entre las cuatro fuimos dándole forma al proyecto. Iliana se puso las pilas y comenzó a devorar manuales de elaboración de página web. Poco a poco el formato fue adquiriendo mayor calidad, pero la del contenido ha sido consigna desde el principio.

En julio del 98 iniciamos la aventura trimestral con el número cero, que contenía sólo cinco secciones: una para poemas, Poesía en claroscuro; una para cuentos, Cuenteando; una para ensayo y crítica, Arrieros somos; una para jóvenes, muy jóvenes (15 a 20 años), Recentiores; y una más para reseñas. Además, creímos pertinente que, para mejorar la calidad de los textos de los recentiores, sería necesario ofrecerles un taller de creación literaria, mismo que llevamos a cabo periódicamente. Ya en el ciberespacio, pronto comenzamos a tener lectores y colaboradores de otros países, de modo que, en el número 1, fue necesario agregar la sección que llamamos Nao de la China. El número 2 se enriqueció con otras dos: La casa de Asterión para aquellos textos que no tenían un género definido, pero sí calidad indiscutible; y Espejo alado, para traducciones. Con desvelo, cansancio y trabajo a contrarreloj, llegamos al número 3. Casi sin sentirlo, cumplimos un año en la red con el número 4.

Marzo pasado fue muy importante en la historia de RELiM ya que comenzamos a contemplar la posibilidad de publicar nuestra revista en papel. Varias razones nos motivaron: una de ellas fue que, para poder difundir el material entre la gente que no contaba con Internet, teníamos que imprimir y sacar fotocopias, lo cual resultaba bastante caro y, no está de más decirlo, no tenemos ningún subsidio o apoyo económico; otra fue la gran ilusión de tener entre las manos de forma tradicional el fruto de nuestros desvelos. En abril vio la luz el número cero de Relim, versión impresa, bajo el sello de Ediciones Mixcóatl, cuyo director, nuestro amigo Paco Pacheco, nos animó e impulsó para llevar a cabo este proyecto. Este julio apareció el número 1 de la versión impresa.

Es así como hoy celebramos nuestro primer aniversario en la red, con más de ocho mil visitas en el contador y la aparición del número 1 de Relim en papel. Esperamos continuar con el mismo entusiasmo del primer día. Presentamos a ustedes este trabajo en el que hemos venido poniendo una buena parte de nuestra energía (todas nos dedicamos a nuestras profesiones, tres de nosotras en las aulas, Rosario en los estudios de audio, pues es una de las pocas mujeres en México que encabeza un equipo de incidentales), pero, lo que es más importante, toda nuestra fe. Nuestras afinidades nos ha mantenido firmes en esta aventura: somos, ante todo, amigas; y creemos en el talento, cierto, pero creemos más en el trabajo.

World Trade Center, Ciudad de México, 25 de julio de 1999


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