Por Ana Laura Zavala
En estas circunstancias, el publicar se convertía en un problema semejante al de hallar trabajo una vez concluida la carrera, cuando deseas laborar, pero te piden cierta experiencia, de la cual, generalmente, careces y que no adquieres porque no te contratan. Este círculo vicioso se rompe cuando alguien cree en tus capacidades y sin mayores reparos te da una oportunidad, con la que, en esta primera etapa, te dedicas a ensayar y sobre todo, a aprender.
Creo que la revista que hoy nos convoca ha intentado romper este círculo vicioso, al abrir un espacio literario heterogéneo, donde algunos noveles escritores ejercitan, algunas veces mejor que otras, el oficio de la imaginación. En este sentido, la publicación posee tres elementos esenciales, que promueven este ejercicio iniciático al que me he referido: la inclusión, el aprendizaje y la experimentación.
La Revista Electrónica de Literatura Mexicana o, si se prefiere Relim, surgió también de esta misma ansia de probar, de ensayar con la propia escritura y con los alcances de la letra a través de la supercarretera de la información: internet. Inició como casi todos los proyectos: con lo que se ha escrito, con lo que ya se publicó o se tiene la intención de dar a la luz. Empezó gracias a la iniciativa de alguien y a las ganas de muchos.
Ecléctica desde su primer número, Relim dio cabida a plumas relativamente más maduras, como la de Iliana Rodríguez y Rosario Covarrubias, egresadas de la SOGEM, y a otras, como la de Raquel Mosqueda y Leticia López que, aunque llevaban tiempo escribiendo, seguían en la búsqueda de un estilo propio.
A estas primeras cuatro firmas, se les unieron voces de todo tipo, al principio las cercanas, las de los amigos y conocidos que podían participar en la aventura. Sin embargo, con el tiempo, el espectro se amplió y llegaron, no sólo notas de solidaridad con el consejo editorial, sino también colaboraciones de otras fronteras, de otros bordes, que llenaron e hicieron más ricos los enlaces de la revista, en la que hoy convergen imaginaciones distintas y lejanas. Para algunos, incluso para sus creadoras, el rito de iniciación había comenzado.
A un año de sus primeras correrías en el ciberespacio, Relim incursiona en el mundo del papel; se relee, se autocritica, y decide presentar una pequeña muestra o antología de lo que se puede encontrar en sus números electrónicos.
Al contrario de otras publicaciones, esta revista salta de la pantalla de la computadora hacia la letra impresa, con una edición cuidada, a cargo de la editorial Mixcóatl, en la cual varios de sus colaboradores ya han editado sus primeras obras independientes.
Con este brinco, Relim duplica sus alcances y reafirma su existencia, ya que pareciera haber una necesidad de transcender el espacio inmediato y a veces efímero de internet, donde la enorme cantidad de información sobrepasa los límites de la capacidad humana, y donde conviven los textos de D.H. Lawrence con las páginas pornográficas. Lo tangible del papel, la materialización de lo que desaparece con un clic, me parece que motivaron esta muestra paralela y condensada de la revista, que, como en la pantalla, presenta una serie de textos ordenados en diversas secciones, cada una de ellas con pistas o coordenadas, como diría Iliana Rodríguez, para orientar al lector.
En el pórtico de este primer número, encontramos la "Poesía en claroscuro", como la denominaron las editoras, sección donde "amanece en el mundo poético... Y la palabra transcurre en la contradicción del claroscuro". En ella, se incluyen las "Instantáneas", de Iliana Rodríguez; los "Engendros rurales", de Leticia López; el "Domingo", de Luz Idalia Aguilar y un poema sin título, de Paco Pacheco.
En sus "Instantáneas", Iliana Rodríguez penetra espacios que se ciñen sobre sí mismos, que redundan sobre su esencia pero que, al mismo tiempo, muestran sus diferencias. El corazón, la ciudad y el espejo, totalidades complejas, se fragmentan para buscarse y reconocerse en sus dobleces íntimos, en sus pequeñas disidencias. En estas piezas poéticas, que recuerdan al haikú, la autora vislumbra, a través de una rendija, los procesos interminables que alimentan a las cosas y, sobre todo, a la escritura.
Por su parte, Leticia López intenta suspender en el aire un instante de lo que ella denomina sus "Engendros rurales". En ellos, la autora mezcla dos miradas: la primera, alejada, introduce y sirve de testigo a la segunda, que representa y enuncia el abandono divino, en que viven muchos campesinos; sin embargo, sólo hacia el final del poema encuentra el ritmo, la cadencia, las palabras que construyen una imagen clara de la indolencia humana ante la pérdida de dios.
El tercer poema de este "claroscuro" es un alegato contra la rutina, contra los lunes cotidianos que nos visten para la sociedad, para las "horas hábiles". En "Domingo", Luz Idalia Aguilar contempla asombrada que los otros no se fatiguen de ser siempre los mismos, inamovibles. La diminuta rebeldía ante la aplastante realidad, se centra en la llegada del séptimo día, para algunos el final de la semana, para otros, el anuncio irreverente de un principio.
El ciclo poético se cierra, con el poema sin título de Paco Pacheco, donde, ante la desaparición del ser amado, cualquier acto subversivo resulta inútil y doloroso; el naufragio sobreviene y nadie sale ileso frente "a la derrota de la carne", como la denomina el autor.
La poesía cede el paso a la prosa, primero con "Cuenteando", luego con "Arrieros somos" y "La casa de Asterirón", triada sugerente y genérica que parte del cuento, pasa por el ensayo, y se rompe ante la imposibilidad de clasificar ciertos textos híbridos, que se niegan a ser encerrados en un sólo género.
En el primero, "El artículo", Patricio Eufraccio construye un universo narrativo, claramente bajo la influencia de Borges y Cortázar, en donde lo fantástico irrumpe en lo cotidiano. La experiencia libresca del personaje lo enfrenta a otra realidad, donde el arte, en este caso la letra y la pintura, se materializan y lo hacen "Trasponer las fronteras que a la cordura hoy encuadran", como enuncia La Gioconda apasionada del cuento.
En "Arrieros somos", aparece un texto lúcido y contundente de Raquel Mosqueda, que al contrario de Erasmo, propone el "Escarnio de la locura". En este ensayo prevalece una visión cruda y pesimista de la sociedad moderna, donde el que no enferma se conduele y alegra de ver en el otro los estragos de la locura. Sin embargo, culmina la autora, nadie está exento de enloquecer, y, al final, sólo uno cuantos quedarán, ésos tendrán la tarea de terminar con los "otros", con los que se escaparon de la razón.
La "Casa de Asterión" encierra a "Guadalupe", una pequeña narración de Rosario Covarrubias, que gira alrededor de la esencia de las palabras y la identidad nacional. El nombre que nos imponen y termina por definirnos y separarnos de los otros, lo que nos hace sui generis, esconde en el fondo una misma esencia, la del sincretismo, la que simboliza la devoción por nuestra "Guadalupe".
Una vez rotas las fronteras entre un género y otro, las secciones con las que se cierra la revista, ya no delimitan al texto por su estructura o atributos, sino por el sujeto que lo produce. En este sentido, es importante señalar que, como sucedía en varias publicaciones periódicas del siglo pasado, las secciones de Relim surgieron, crecieron e incluso se transformaron de acuerdo con sus propias necesidades, para dar cabida a las múltiples propuestas literarias que acoge.
En este sentido, "Recentiores", donde se agrupan los más jóvenes, cumple, más que cualquier otros de los apartados, con una función iniciática. En este número, se presenta el texto de Guillermo Espíndola, que con una prosa espontánea y bajo la influencia de Poe y las novelas góticas, construye un escenario, en el que no sólo conviven y luchan el bien y el mal, sino en el que también se reflejan las búsquedas de un adolescente de fin de siglo.
En la "Nao de China", los pasajeros vienen de distintos puntos del planeta, desde sus fronteras se integran a Relim, hoy con un cuento de Viviana Ditry, "La media verdad de Wei Chi", donde a través los ojos de un niño, que se enfrentan a todo un proceso de aprendizaje, se devela la sinuosa búsqueda de la verdad propia y la pérdida de la inocencia; así como un poema de Alberto Roblest, "El día que atraparon a Pinochet en Londres", poema-protesta sobre un tema actual y polémico, en el que el autor cuestiona, sin sentimentalismos, la actuación del dictador chileno, su deuda con la humanidad, hoy que se encuentra detenido y en enfermo en algún rincón de Europa.
Finalmente, Relim cierra este su primer ejemplar con un reseña, con la contraparte y el complemento de la creación, es decir, con la crítica. La línea se convierte en un círculo, y reaparece la firma de Iliana Rodríguez, que nos conduce por la escritura de alguien más, la de Vicente Quirarte, en su reciente obra El peatón es asunto de la lluvia. Como en sus instantáneas, la autora fragmenta su escrito y crea un mapa, en el cual es posible encontrar pistas, rutas para la lectura, y sobre todo una invitación a desentrañar el placer por el texto.
Un número que se clausura equilibradamente, y que, tal vez, marque el inicio de un nuevo ciclo para Relim, para este proyecto editorial que hoy se atreve a desentrañar, también, el gusto por la creación, la polifonía y lo heterogéneo. Hoy que algunos apocalípticos predicen la desaparición de los libros y las revistas, Relim se aventura a continuar con el culto a la letra impresa, que perdura y se mantiene, sin perder su rostro electrónico; presencias paralelas que esperan cumplir con el augurio de Iliana Rodríguez, cuando asegura que "un espejo frente a otro provoca siempre una iluminación".
Casa Juan Pablos, Ciudad de México, 30 de julio de 1999