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Aquella tercera orilla: la muerte

Por Lenina M. Méndez


Por que João sorria
se lhe perguntavam
que mistério é esse?
E propondo desenhos figurava
menos a resposta que
outra questão ao perguntante?
Tinha parte com... (não sei
o nome) ou ele mesmo era
a parte de gente
servindo de ponte
entre o sub e o sobre
de antes do princípio,

Carlos Drummond de Andrade



"Tenía un cierto misterio, en parte espontáneo, en parte cultivado como elemento de encanto", son las palabras con que Vilma Guimarães define a su padre, el erudito escritor que ha representado un parteaguas en la literatura brasileña del presente siglo. Médico, diplomático, políglota, poseedor de una sabiduría inmensa, João Guimarães Rosa (1908-1967) logró una total renovación estética en las letras de su país al privilegiar la perfección literaria sobre el asunto mismo. Pasada una primera fase modernista en los años veinte y ya vivida la experiencia de la prosa regionalista en los treinta, los cuentos de Sagarana (1946), primer libro de Guimarães, abrieron una nueva perspectiva literaria donde sobresale la universalización de lo regional, la revalorización del lenguaje y el misticismo
.

La primera de estas características estilísticas se hace patente a lo largo de toda la producción rosiana. Guimarães procura retratar el ambiente rural brasileño, pero el aspecto regional aparece de forma muy diferente a la presentada por las escuelas literarias anteriores. Al escribir sus narraciones teniendo como escenario el interior de Minas Gerais, no busca hacer un análisis de las contradicciones sociales del lugar, sino apenas esbozar un paisaje y sus habitantes. Los temas que se desarrollan en este marco son la eterna lucha del bien y el mal, Dios y el diablo, el amor, la traición, la violencia, la muerte, el aprendizaje de la vida, el descubrimiento infantil del mundo; y es gracias a estos dilemas fundamentales de toda la humanidad que el escritor traspasa los límites regionales y confiere a su obra un carácter universal.


Otra de sus valiosas aportaciones fue, como ya se ha mencionado, la revaloración lingüística, creando una prosa que por su musicalidad llega a los terrenos de la poesía. Desafortunadamente, para apreciar esta riqueza en forma cabal, la obra de Guimarâes debe ser leída en portugués, pues las traducciones, aún las mejores, no logran atrapar ese ritmo del discurso, esa poeticidad tan evidente en la sonoridad de su propia lengua. Un buen ejemplo de este uso de los recursos líricos es su cuento "O burrinho pedrês", en el que el autor narra una travesía por el campo, intercalando cancioncillas populares entonadas por los vaqueros; la sonoridad de la marcha se logra por medio de aliteraciones:



As ancas balançam, e as vagas de dorsos, das vacas e touros, batendo com as caudas, mugindo no meio, na massa embolada, com atritos de couros, estralos de guampas, estrondos e baques, e o berro queixoso do gado junqueira, de chifres imensos, com muita tristeza, saudade dos campos, querência dos pastos de lá do sertão...

Um boi preto, um boi pintado, cada um tem sua cor. Cada coração um jeito de mostrar o seu amor.

Boi bem bravo, bate baixo, bota baba, boi berrando... Dança doido, dá de duro, dá de dentro, dá direito... Vai, vem, volta, vem na vara, vai não volta, vai varando...


El lenguaje tiene siempre como punto de partida el habla de los sertanejos, sus expresiones y sus particularidades, que se refleja en el vocabulario, la sintaxis y la melodía; y a partir de allí Guimarães se lanza a la utilización de neologismos, a la creación de audaces formas sintácticas, a la invención de palabras, a la utilización de la poesía por medio del ritmo, de aliteraciones, de metáforas. Esta gran capacidad de creación lingüística es, asimismo, producto del estudio que Guimarães hizo de numerosos idiomas, pues como él mismo dice, "el hecho de estudiar el espíritu y el mecanismo de otras lenguas ayuda mucho a comprender más profundamente el idioma materno". Y sus conocimientos de idiomas no eran nada despreciables; hablaba portugués, alemán, francés, inglés, español, italiano, esperanto, ruso; leía en sueco, neerlandés, latín, griego; entendía algunos dialectos alemanes, el húngaro, tupí, árabe, sánscrito, lituano, polaco, hebreo, japonés, checo, finlandés y dinamarqués. Gracias a este profundo estudio del lenguaje, comprendía en la mejor forma su propia lengua, logrando así los grandes vuelos poéticos que hacen de su prosa deliciosos poemas existenciales.

La tercera característica estilística de sus narraciones, el misticismo, es lo que confiere esa magia especial a la obra rosiana. Guimarães creía en lo sobrenatural, en el más allá, en la influencia de chamanes y santos, en el misterio del espíritu. Esta influencia mística se agudiza principalmente en sus últimos años de vida; luego de varios problemas cardiovasculares que amenazan su tranquilidad, aumenta sus lecturas espirituales relativas a la Ciencia Cristiana, secta creada en los Estados Unidos por Mary Baker Eddy en 1879, cuya doctrina afirma la primacía del espíritu sobre la materia, negando categóricamente la existencia del pecado, los sentimientos negativos en general, la "doença" y la muerte. En la obra de Guimarães hay una religiosidad casi medieval, basada en el miedo, en el pavor, en la lucha entre el bien y el mal, en una preocupación por no invocar a las fuerzas malignas para que "el diablo no cobre forma", todo lo cual desemboca en el tratamiento de problemas existenciales y metafísicos. Su libro de cuentos, Primeras historias (1962), refleja en gran manera la influencia de este espiritualismo.


Este libro se diferencia en parte de sus otras obras, pero a la vez representa una culminación de las preocupaciones estéticas rosianas; es una colección de veintiún cuentos cortos, diversos en cuanto a asuntos, situaciones, problemas enfocados, soluciones, ritmos, tonos (jocoso, patético, sarcástico, lírico, erudito, popular, etc.). Lo valioso en estos relatos no es el hecho de que narran una sucesión de acciones, sino que deben ser entendidos en su sentido alegórico, en su total simbolismo, como Guimarães mismo lo definía: "más que una colección de historias místicas, Primeras historias pretende ser un manual de metafísica, una serie de poemas modernos; debe ser tomado en un ángulo poético, antirracionalista y antirrealista". Así como Primeras historias constituye una especie de punto cumbre en la producción de Guimarães, el cuento "La tercera orilla del río" es tal vez uno de los más representativos de los postulados literarios de Guimarães (a pesar de que Walnice Nogueira Galvâo asegure que "esta historia se proyecta fuera del libro que la contiene"), donde se conjugan de forma magistral la universalización de lo regional, la atrevida utilización del lenguaje y el misticismo.


El escenario, ese ambiente rural que jamás abandonaba Guimarães; los personajes, sencillas gentes sin nombre que pierden su individualidad en la colectividad de la narración en primera persona del plural; la anécdota, un padre de familia que un buen día decide abandonarlo todo para irse a vivir en medio del río en una canoa que nunca más tocará tierra. El tema central del relato es la muerte y sus implicaciones anímicas en los seres que cobija bajo su manto obscuro.


Desde el título se vislumbra el simbolismo del cuento; como diría Walnice Nogueira, "la tercera orilla del río es la que no es. Un río está integrado por dos orillas, la del lado de acá y la del lado de allá, que se remiten recíprocamente". Es decir, si un río sólo tiene dos orillas, ¿cuál es entonces la tercera? Sin duda, es esa dimensión desconocida, ese más allá envuelto en el misterio para el simple individuo y que constituye el territorio de la muerte. Tratando de esclarecer el simbolismo, podría decirse que se narra la visión de un hijo que ha perdido a su padre en la infancia, y que por el dolor de la pérdida lo ha revestido de ese halo de misterio insondable, llegando incluso a truncar su vida entera por permanecer fiel a su recuerdo, hasta llegar a ese momento final en que el padre anuncia la propia muerte del hijo al señalarle su lugar en la canoa. El innominado padre jamás vuelve al seno familiar, es tan sólo una sombra que ya no pertenece a este mundo, pero que al mismo tiempo se resiste a abandonarlo completamente, convirtiendo su presencia una especie de espectro intangible:


...jamás habló palabra con persona alguna. Nosotros, tampoco, hablamos más de él. Sólo pensábamos. No, nuestro padre no podía borrársenos; y si, por un rato, uno hacía como que olvidaba, era apenas para despertarse de nuevo, de repente, con la memoria, al provocarse otros sobresaltos.


A lo largo de la historia, aunque aparentemente todo es misterioso si tratamos de explicar la acción ( nunca se sabe por qué el padre toma tal resolución, o qué hace todo ese tiempo en medio del río, o qué come, o cómo logra sobrevivir, interrogantes que pasan por la mente del desconcertado hijo), la narración entera cobra un sentido magistral si se trata de llegar al plano metafísico: Guimarães está mostrando la perpetuidad del espíritu, la inmortalidad del alma, lo impenetrable que es para el hombre ese más allá, esa tercera orilla, pero que a la vez no significa un final sino una continuidad. Seguimiento tanto en la vida como en la muerte, porque si bien el espíritu del padre no se pierde al llegarle la última hora, ya que su alma continúa presente, también se funde con la propia esencia de su hijo, que será un continuador de la vida paterna en la tierra. Durante la existencia material, el hijo cada vez se va pareciendo más a su progenitor ("...a veces, un conocido nuestro encontraba que me iba pareciendo más a nuestro padre."), hecho que le enorgullece secretamente y que lo hace enaltecer la figura bastante endeble y pusilánime de aquel hombre, y a la vez ocasiona su permanencia al lado de ese río, sin desarrollar su propia vida, sin casarse, sin tener sueños, metas, hasta que llega al aislamiento completo que lo acerca cada vez más a lo que se convirtió su padre: la soledad de la canoa es la soledad de la muerte, y llega el momento en que el hijo, que se siente culpable por la desgracia de su padre, cree llegado el tiempo de ocupar su lugar en la embarcación:


Padre, usted está viejo, ya cumplió lo suyo. Ahora, usted viene, no precisa más. Usted viene, y yo, ahora mismo, cuando quiera, los dos de acuerdo, ¡yo tomo su lugar, en la canoa!


Sin embargo, siente miedo en ese momento decisivo, miedo de su propia muerte al percatarse de que su padre venía de la tercera orilla, del más allá; y ese perjurio, esa desobediencia al poder patriarcal provocarán que el hijo se sumerja en un pozo de desesperación, cuya única salida es esperar el fin, su destrucción; pero no será una muerte apacible como la de su antecesor, sino una especie de desesperanza que no hallará reposo:


...al menos, que, en el capítulo de mi muerte, me agarren y me depositen también en una simple canoa, en esa agua, que no cesa, de extendida orilla: y, yo, río abajo, río afuera, río adentro -el río.

Aunque el escenario es el espacio del sertanejo, y el habla sencilla de sus habitantes se plasma en las frases llenas de ingenuidad del narrador protagonista, Guimarães ha logrado de manera casi perfecta concretar ese concepto de universalización de lo regional: es un lugar cualquiera, con personas que pueden ser igual a nosotros, donde el río como símbolo de la continuidad de la vida del alma, la canoa como reflejo de la soledad de la muerte, la tercera orilla como representación del más allá, la absurda culpabilidad humana por una muerte que no se puede evitar, refleja preocupaciones que son inherentes al hombre de todos los tiempos. El influjo de las lecturas espirituales de Guimarães se observa en su concepción de la muerte y la vida como un continuum y una renovación permanente, creyendo en lo sobrenatural pero con un misterio incitante, cuyo espíritu religioso no sólo espera sombras de esa dimensión, sino una nueva faceta, un estadio superior de la mente.


Es una historia escrita en un trance de iluminación, en un estado de gracia, como lo llamaría Walnice Nogueiras, cuya función no es contar vulgares acciones sin trascendencia, sino, precisamente por su tratamiento metafísico, elevar al lector hasta las reflexiones que el mismo autor se hacía sobre la vida y la muerte al intuir que el alma humana es tan grande y perfecta que permanece en un flujo vital constante, incluso en aquella tercera orilla del río
.

BIBLIOGRAFÍA


Mi nombre es Lenina M. Méndez (1975) y el próximo mes de julio me gradúo como licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana, Xalapa, Veracruz, México. He publicado cuentos y ensayos en las revistas Letralia (próxima aparición en el número 72), Espéculo (próxima aparición en el número 12), La palabra y el hombre, Marginalia, Archipiélago, Colombre, Cultura de Veracruz y en los suplementos culturales de El Diario de Xalapa, donde actualmente tengo el cargo de Asistente Editorial. Obtuve el segundo lugar en el Concurso de Cuento Navideño, edición 1997, organizado por el IVEC y el gobierno del estado de Veracruz, México, con la consiguiente publicación de "Tal vez la próxima navidad" por la editorial del Instituto Veracruzano de Cultura.

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