Por Alberto Roblest
De pronto sintió como si una presencia extraña lo estuviera observando desde algún lugar y se irguió dentro del agua, giró la cabeza de un lado y de otro, nada. Dio una segunda mirada y otra vez, nada; los mismos árboles, los mismos ruidos y quizá los mismos animales. Giró la cabeza nuevamente, todo seguía igual. Se reprochó su paranoia, detestaba ser un paranoico aunque no podía evitarlo y tampoco sabía porqué. Algo cruzó de un árbol a otro, se sobresaltó, ¿qué podría ser...? Sucedió lo mismo a sus espaldas, giró la cabeza bruscamente; alguien, uno, otro, rodó por el piso, justo detrás de él...Trató de enfocar bajo la sombra de los árboles, quizá eran muchos. Dio dos brazadas, buscó su ropa en la orilla, aunque no la encontró, ni tampoco recordaba donde la había dejado. Movió los ojos rápidamente, no estaba sobre las piedras, quizá aquéllos ya la habían tomado sabiendo que sin ella era más indefenso. Sintió una mirada y una más y otra y más allá. De pronto la presencia fue creciendo y fue instalándose en cada árbol, en cada roca, en cada centímetro de aquel espacio que ante sus ojos era ya un lugar de árboles con ojos y rocas con bocas arrastrándose en sombras triangulares, así como de animales ponzoñosos agazapados en malezas con espinas. ¿Y qué tal si el agua también estaba infestada de aquella presencia...? Un escalofrío de terror le puso el cuero de gallina... No pudo más y se sumergió en aquellas aguas, prefería luchar a que lo tomaran desprevenido; bajo el agua buscó con los ojos; azul, sólo azul. Un rayo estalló en el cielo, las nubes tornáronse grises y un viento helado comenzó a azotar los árboles y a callar todos los otros sonidos, incluido el de los animales. Salió a respirar, una fuerte lluvia le golpeó la cabeza como una cascada de monedas de plata saliendo de un saco; el horizonte estaba oscuro; pareciese como si la noche se hubiera instalado de pronto. Giró la cabeza de un lado y de otro, con una mano se talló los ojos intentando ver detrás de la cortina de agua que golpeaba inmisericorde la superficie negra de aquella agua que lo envolvía. Por unos instantes cesó de llover, dio un par de brazadas, giró en redondo, aquel repentino cambio acentuó sus temores dado que no alcanzaba a comprender qué estaba pasando. De pronto, y como todo venía sucediendo, hizo su aparición la estela de un huracán de belfos inflamados y forma de dragón que se instaló justo enfrente de él girando enloquecido como un triturador de carne, tal si lo retara... Sintió un fuerte sobrecogimiento ante aquel gigante de movimientos circulares, de pronto se quedó paralizado cuanto éste arremetió contra él, haciendo surcos primero en la tierra y después en el agua, en medio de un sonido atronador. Hizo acopio de fuerzas, exhaló aire con desesperación y comenzó a alejarse aventando patadas de agua lo más rápido que se lo permitía su cuerpo, cada vez más rápido, sin voltear para atrás con el fin de salvarse, muerto de pánico, aunque obsesionado y con la esperanza de llegar a la otra orilla; enloquecido, alejándose a grandes brazadas, manotazos, jadeos locos; huyendo lenta, aunque rápidamente y para siempre, de aquel paraíso... donde un puñado de mariposas seguía haciendo su vida.
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