La supervivencia heroica en la Ciudad Invisible
Por Paco Vite
Una vez que hemos transitado tortuosamente de la concepción romántica y heroica de la historia a la igualmente ingrata concepción nada romántica de la simple supervivencia heroica, estamos más lejos que nunca de saber algo que permita responder a las añejas preguntas fundamentales: quiénes somos, de dónde venimos, dónde vamos, para qué estamos aquí. Entre la crisis y la incertidumbre se han hecho lugar común los milenarismos, las visiones apocalípticas, los fundamentalismos, la superstición, a todo lo cual se añaden las asechanzas más diversas, de los Malosos al Chupacabras,1
pasando por presumibles encarnaciones del mal a la vez tan concretas y tan inconmensurables como el SIDA y el neoliberalismo.
Cuando todo es tan drástica y crudamente incierto, inaprehensible, ya no alcanzamos a distinguir entre una imagen y una simple pantalla, una proyección artificial. Frente a una realidad explosivamente informe, en un mundo sin pies ni cabeza, los hombres y mujeres comunes y corrientes afrontan que el acto elemental de supervivencia es rolar sano y salvo por la turbulencia de la urbe; por el escabroso paisaje de trampas, incógnitas, encantos y horrores de la vida aquí todos los días que de tanto ser más y más así ya ni se distinguen uno de otro, ocurren tantas cosas que finalmente termina por no pasar nada, nada.
El acto de supervivencia implica irremediablemente persistir aún con la frustración de las miradas indescifrables y evasivas, los roces agrestes en todas partes, en cualquier circunstancia, los aromas sórdidos (esa hediondez de un mar de almas descompuestas), la estridencia infinita, infinitamente creciente; en fin, la violencia condimentada con cualquier cantidad de mierda que hay que tragarse cada día.
Ante esto, permanecer sobre el fatal filo entre la simple cordura neurótico histérica y la auténtica esquizofrenia radical, es de suyo todo un acto de heroísmo. ¿Qué pasaría si entre este torrente devastador un par de soledades encontraran un pretexto cualquiera simplemente para decir algo así como "hola, me gustaría saber algo de ti, más allá de tu inquietante mirada"? ¿Qué pasaría si así fuera, únicamente para reivindicar un poco así la locura? Pero nadie dice nada, ni así ni de otro modo, y las soledades al borde de la provocación se distancian, perdidas entre la infranqueable oleada de ires y venires...
Así, cuando la consigna es "¡sálvese quien pueda!", hasta el encuentro entre los amantes parece utópico; pero ocurre precisamente porque resulta casi imposible; porque en el breve suspiro de la existencia cada quien logra aferrarse a algún fervor, porque la funcionalidad de los espacios es invariablemente frágil. Los cruceros constituyen auténticos teatros; las esquinas son los vértices del amor, de la locura, de la inocencia, del resentimiento, de la muerte, de tragedias, de comedias, de sátiras, de las obsesiones más insospechadas, de la indiferencia más absoluta. Y a lo largo de todos los espacios se tejen historias infinitas que no podemos ni imaginar. A nadie le importan, y si importaran no serían tan fugitivas. Aun los seres más convencionales incurren en las más sorprendentes excentricidades, aun los más aborrecibles se ven tentados al desliz afectivo; todos necesitan el vértigo del peligro, todos necesitan el consuelo del amor; todos estallamos en la risa cruel contra el sufrimiento, o por él, todos sucumbimos bajo la densa lápida del olvido. Todos deseamos que persista por siempre la alegría, todos tememos que prevalezca la amargura; nadie ha demostrado que no puedan coexistir ni que se aniquilen recíprocamente, en el horror de lo que ni puede terminar ni puede durar para siempre.
Más allá de las obsesiones y las indiferencias se va de lo lúdico a lo vegetativo, para poder volver luego a aquello que es inefable. La cascarita2
reconstruye a la calle en un torneo donde automóviles, peatones, guarniciones, postes, cables, famélicos arbolillos, puertas, ventanas, bardas, encharcamientos, son simples elementos de la cancha. Y tras la competencia el triunfo y la derrota se consagran brindando en esas banquetas y sobre esos coches estacionados que primero fueron mudos testigos de las hazañas previas. Cualquier sitio transitado es centro de discordia, para devenir en mercado, para intercambiar tanto chucherías inevitablemente evanescentes como sentimientos implacables, tan poderosos como un asomo de infinito, capaces de prometer instantes que permitirán desdeñar el horror al futuro. Cualquier prado amarillento y terroso con una leve sombra es oasis para la siesta, para el sueño contra la razón, y entre los más afortunados para el intenso y furtivo cachondeo, otra forma de sueño contra la razón, que hasta puede proveer de regocijo a ávidos voyeristas.
Al mirar y ser mirados en tantas y tantas circunstancias desplegamos la imagen y nos apropiamos de lo que fuimos capaces de inventar en ella. Eso es lo que nos queda, propio y auténtico aunque tan insignificante como la lágrima bajo la lluvia del que sabía que moriría sin tener más tiempo, sin haber obtenido del Creador nada más que explicaciones inservibles y consuelos estúpidos, del que asumía un destino fatal desprendiéndose del odio contra el derrotado verdugo, tan odiado tal vez por ser de algún modo hermano.
Cada quien tiene que rolar por la Ciudad a su manera, sin apostar por la memoria, sin aspirar al relato perfecto, condenado a sucumbir al presente infinito; para que la Ciudad pueda seguir siendo Invisible
1. Especie de "vampiro" que atacaba principalmente al ganado caprino; este personaje comenzó a ocupar espacios en los periódicos mexicanos alrededor de 1997 y ha llegado a ser un lugar común en la imaginería popular.
2.- Por cascarita se conoce al jugar futbol en las calles.
Paco Vite (V. Francisco Vite Bernal) nació el año de la muerte del Che Guevara, justo en la fecha en que se conmemora la Noche Triste (la de Cortés, no la del Che), en algún lugar de lo que hoy se gusta llamar Chilangolandia (la Ciudad de México). Ahora es sociólogo sin oficio ni beneficio de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), y cree que algún día va a escribir algo que valga la pena.
RELiM
ilianarz@servidor.unam.mx