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Dios

Por Edgar Darío Núñez Pino

En un lugar, espacio y momento inexistentes -para nuestros cánones de tiempo y espacio-, vivía un Dios, regenerado de sus antiguas cicatrices, sin dolencias aparentes y con una nueva visión de vida. Su mirada hacía temblar al más fuerte, su voz retumbaba como un trueno en todos los confines del Universo. Bastaba que su omnipotente mano se posara en un lugar para destrozarlo sin miramientos ni piedad, mientras pronunciaba con su profunda voz: -"Por lo que fuiste, por lo que eres y serás". Y no era cruel ni malo, juzgaba según su parecer el comportamiento de los seres pensantes. Pero no era un Dios perfecto. No odiaba ni amaba, ya que su posición no le permitía sentir ninguna "emoción". Sólo hacía lo que debía hacer, esta incapacidad lo hacía darse cuenta de lo muerto que estaba por dentro; desde la cúspide podía ver todo lo que pasaba abajo. Había renacido pero estaba vacío. Gustaba de caminar por el Universo para contemplar lo que sucedía a su alrededor y llegó un momento en que la soledad tocó a su alma y una extraña necesidad le obligó a caminar lejos, tan lejos y por tanto tiempo, que olvidó su lugar y el Universo quedó bajo el reino de las sombras. Pasó mucho tiempo, el Dios reapareció con la mirada llena de un "algo" tan apasionante como terrorífico: el hastío. ¿De qué estaba harto el Dios?, nunca se supo ni se sabrá jamás, ¿qué lo devolvió?, quizás escuchó un grito de auxilio o de desesperación o quizás fue también su corazón, asimétricamente perfecto, tan bueno como malo. El Dios encontró al Universo sumido en las sombras, la obscuridad reinante no permitía que los seres pensantes se desarrollaran y aunque no era su trabajo, el Dios en una estampida de rabia dirigió sus hastiadas fuerzas contra las sombras y ellas escaparon sin oponer la más mínima resistencia, otorgándole al Dios una fuerza y poder hasta entoces desconocido. El Dios sintió por primera vez el sabor de la victoria y con su alma plena de una alegría inusitada, dirigió su mirada hacia el lugar azul que titilaba en la profundidad del infinito, y así comenzó el principio del final de los tiempos.

Arrastrando sus ropajes grises, llegó el Dios al lugar azul y se sentó durante mucho tiempo a observar mientras los seres pensantes que ahí habitaban no prestaban atención a lo que sucedía alrededor suyo. Pasado un tiempo, que el Dios consideró prudente, su ira y hastío explotaron de tal manera que de todas partes vinieron a contemplar lo que pasaba, con los rostros marcados por las cicatrices de viejas batallas y castigos. Haces de luz cruzaban por el aire, llevando consigo desolación y dolor a quienes encontraban en su camino. El Dios se vio rodeado de seres que esperaban, con ansia y curiosidad, lo que pronto sucedería. De un manotazo apartó a los de su izquierda y con un grito helado, arrasó con los de la derecha. Hallándose solo y con el lugar azul a sus pies, temblando de pavor, comenzó: -"Basta, es suficiente, estoy harto de ustedes. Malditos serán de ahora en adelante. Su cultura no es más que odio, la única finalidad de lo que ustedes llaman vida es la autodestrucción, ¿es que quieren desaparecer? ¿Es eso lo que quieren? Caminan de un lugar a otro pisando a quien tengan que pisar por subir un peldaño más. Los demás que se vayan a la mierda, sólo se importan ustedes mismos. Atentan contra el lugar donde habitan, lo acaban, lo exprimen hasta el límite y luego creen que lo pueden desechar. Se equivocan. No, fue su creador quien cometió un error al forjar una sociedad bestial y abominable, donde el débil existe para justificar al fuerte, donde el grande engulle al pequeño. ¡Ja! Y claman justicia ante mí. Yo no soy el Dios al que ustedes rezan, dedican sus vidas y dicen amar por sobre todas las cosas. No, yo fui creado por mí mismo, no necesité de nadie para existir, yo no me manejo según sus valores podridos. Yo aprendí el número siete, mientras ustedes adoraban a un Dios derrotado e inconcluso, y seguían a profetas que los usaron para crear civilizaciones y creencias fallidas que los han conducido hasta aquí. Soy el dueño de la contradicción, del gris, del término medio, no soy malo, no soy bueno, no soy nada." Lágrimas color dolor caían por sus mejillas rojas de rabia.

Mientras tanto, los seres pensantes corrían de un lado a otro buscando una solución: algunos se arrodillaban pidiendo piedad porque habían sido buenos con el prójimo, unos más le llamaban Satanás, señor de las tinieblas, amo de la muerte y mil cosas más. El Dios cayó de rodillas y dijo: "Su mundo es un cenicero, consumen la vida como un cigarrillo. Sus lágrimas sólo lograrán convertir las cenizas en lodo. Parecen sanguijuelas al regocijarse del dolor ajeno, engañándose a ustedes mismos y a los demás. Viven la vida en un segundo. Habitan un sueño dentro de un sueño del que mientras más quieran despertar más dormirán. Son patéticos, producen lástima. Yo no los quiero, ni los deseo y menos aún los necesito. Yo me volví un Dios para darme cuenta de que sigo siendo yo mismo, no he cambiado. He visto lo que ustedes llaman cielo e infierno y sé que no existen más que en sus limitadas mentes. Ustedes no pueden seguir con vida, de alguna manera u otra se destruirán, así que les haré el favor." De sus dedos comenzaron a brotar ríos de lava y piedras incandescentes que pronto inundaron gran parte del lugar, millones de seres pensantes desaparecieron bajo la lluvia hirviente que provenía del Dios compungido y molesto. Entonces cerró sus manos y todo quedó en calma, finalmente sentenció: -"No habrá salvación ni perdón, quizás me den la razón cuando yo desaparezca, tal vez no es justo, pero ¿de cuando a acá la vida ha sido justa? No tienen una buena razón para vivir." Dicho esto, se incorporó, y cerrando los ojos, con un gesto de dolor y satisfacción dijo: "Por lo que fuiste, por lo que eres y serás." Así el Universo quedó vacío y el Dios se sintió solo de nuevo. Quiso volver a caminar, pero no había un "hacia dónde", entonces su hastío creció y creció tanto, que sus lágrimas inundaron el Universo entero. Arrepentido y melancólico, el Dios se dio cuenta de que todo lo hecho únicamente se apreciaría cuando él muriera, así que, colocando sus potentes manos sobre la cabeza, abrió su poderosa boca para decir: "Por lo que fui, por lo que soy y seré."

Edgar Darío Núñez Pino vive en la ciudad de Guacara, Venezuela, y tiene 19 años.

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ilianarz@servidor.unam.mx