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Hasta más verte en Plaza de Mayo

Por Alejandro Céssar Rendón

PERSONAJES:
LA MADRE: MUJER DE PROVINCIA, EDAD DE ABUELA.
EL HIJO: CUARENTÓN DE PROVINCIA, LIGERAMENTE CALVO.

APENAS UNA BANCA. QUIZÁ ALGÚN BOCETO ESCENOGRÁFICO. RECORTES DE MUJERES EN CARTÓN, COMO LAS DEL "GUERNICA" DE PICASSO, VIENDO HACIA ARRIBA Y LANZANDO EL GRITO. ¿CUÁNTAS? LAS QUE SE QUIERA, PUEDE SER UN BOSQUE DE GRITOS O UN TRONCO POR ALLÍ, DESOLADO, SECO. SE OYE UN TANGO TRISTE EN BANDONEÓN, SI ES POSIBLE LO TOCARÁ UN MÚSICO VIEJO SENTADO AL FONDO.

ENTRA LA MADRE.

MADRE:
Las madres de Argentina nos reunimos aquí, frente a esa Casa Rosada, para pedir, exigir se nos informe sobre la suerte de nuestros hijos, los desaparecidos durante el proceso militar. Nuestros hijos, pibes que no sabían nada de la vida, pero que ya andaban con su ideología debajo del brazo izquierdo, y de pronto, desaparecieron. ¿Presos, exiliados, en trabajos forzados... muertos? Poco a poco se conocen los horrores de esa época y se publican las listas con los nombres de algunos. Pero los desaparecidos son tantos... Yo vengo todos los días para ver si aparece el nombre de mi hijo en una de las listas de asesinados. Y qué pequeña me siento en esta inmensa Plaza de Mayo, la que fundaron quienes soñaron con la libertad y se han visto traicionados.
EL MÚSICO TOCA LA PRIMERA ESTROFA DEL TANGO "UNO" QUE LA MADRE CANTA. DESPUÉS LA MÚSICA VA CALLANDO HASTA DEJAR QUE LA MADRE INICIE SIN ACOMPAÑAMIENTO LA SEGUNDA ESTROFA.
MADRE:
Una busca llena de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha
es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que la empecina.
Una va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender
que una se ha quedado
sin corazón.
Si yo tuviera el corazón,
el corazón que di,
si yo pudiera como ayer
querer sin presentir,
Es posible que a tus ojos
que me gritan su cariño
los cerrara con mis besos...
EL RUMOR DE UN AVIÓN QUE SE ACERCA LA INTERRUMPE, EL RUIDO DEL MOTOR PARA POR ENCIMA. LA MADRE ALZA LA MIRADA AL CIELO, GRITA EN SILENCIO. EL AVIÓN SE ALEJA. EL CUERPO DEL HIJO CAE COMO ARROJADO DE LO ALTO, QUEDA EN POSICIÓN FETAL, SIN MOVERSE. SE ACABA EL RUIDO DEL AVIÓN. LA MADRE BUSCA, ANHELANTE, POR TODOS LADOS, PRIMERO CON LA MIRADA, DESPUÉS CORRIENDO, CASI TROPIEZA CON EL HIJO QUE YACE QUIETO.
MADRE:
¿Sos vos, hijo?
HIJO:
¿Madre... mama... mamita... ma? (SE LEVANTA)
MADRE:
Sí, soy yo, miráme.
HIJO:
Al fin te encuentro. (ABRE LOS BRAZOS)
MADRE: (DESPUÉS DE EXAMINARLO UN MOMENTO)
Pero no, no sos él, no sos mi hijo.
HIJO:
Lo soy, te reconozco.
MADRE:
No, no, él era joven, con su enorme mata de pelo negro, larga, como era la moda, bien cepillada, brillante, y ni tu camisa, ni tu suéter son los mismos.
HIJO:
Pero ¿sabés cuánto tiempo corrió desde entonces? ¿Cómo conservar el pelo? ¿Cómo vestir la misma ropa?
MADRE:
¿Acaso los milicos te iban a dar nueva ropa para matarte? Menos para dejarte vivir.
HIJO:
Pues estoy vivo.
MADRE:
Pero no sos mi hijo.
HIJO:
Han pasado muchos años.
MADRE:
Para él no, no para todos los hijos desaparecidos, no para todos los muertos.
HIJO:
Pero muchos no morimos, creo que ni siquiera desaparecimos, desaparecer es dejar de ser, no estar, y yo estoy aquí, enfrente tuyo.
MADRE:
Sos entonces la prueba de que no soy tu madre, la madre, yo, he venido todos los días de todos estos años para buscar a mi hijo, para certificar su muerte, no para que cualquier atorrante lambeculo se me presente diciendo soy yo, soy yo.
HIJO:
¿Qué más podría decir?
MADRE:
El número y la fecha de la lista en que apareció tu nombre, el lugar donde te apresaron, las torturas que fueron tantas y que hasta hoy conocemos: encierro con olor a orines, tratando de dormir junto a los muertos, descubrir el amigo ahogado con sus propios testículos, las uñas arrancadas, cabezas al rape, vómitos de varios días, heridas repletas de gusanos, huesos rotos, hambre que es capaz de comer lo que sea, sed eterna, burlas, violaciones, días y noches de oscuridad que hacen perder la cuenta, y al fin, la condena a muerte en la peor de las formas...
HIJO:
Pero si nadie me mató. La libré.
MADRE:
Pavadas. ¿Y dónde estuviste entonces metido? ¿Por qué no regresaste a casa? ¿Cómo es que así nada más, como por casualidad, hoy me encontrás si yo llevo años viniendo acá?
HIJO:
Vengo de tan lejos...
MADRE:
¿Y qué te crees que yo nací a la vuelta de la esquina? ¿Sabés cuánto me tardé en llegar desde mi tierra? Atravesé medio país para llegar aquí, a esta Capital Federal, donde no se puede encontrar alojamiento así como así. ¿Sabés desde dónde vengo todos los días? (SIN DEJAR PAUSA.) Desde el barrio del Matadero, de aquel viejo matadero, donde sacrificaban el ganado, y vengo caminando para llegar a este otro matadero, pero éste de hombres y mujeres, de jóvenes que los milicos creyeron un día que podían ser los enemigos pequeños, y que por una mirada, una reunión, una denuncia, decretaban su muerte.
HIJO:
Pero a mí nunca me trajeron a esa casa.
MADRE:
Y claro que no, a nadie, los llevaban a cárceles, almacenes, qué sé yo, y como no cabían, los mataban. Pero se gastaba mucho en balas... y los cuerpos... ¿qué hacer con ellos? En años sus huesos iban a declarar como testigos, sus cenizas iban a manchar el uniforme de los asesinos, y sabés, tan grande que es vuestra tierra, pero no iba a alcanzar para tanta sepultura. Vino entonces el nuevo método que apenas hoy se conoce, y lo efectuaban en lo más cerrado de las noches.
HIJO:
Sí, lo sé.
MADRE:
Dicen que llegaban a los lugares de confinamiento, sacaban a 50, 60 ó más. A los más peligrosos. Les decían que se los llevaban a una prisión, a un campo de trabajo, qué sé yo. Primero en buses, de esos de turismo, nada que tuviera que ver con lo militar. Un vino, un café, un dulce, cualquier cosa pero en realidad una droga adormecedora. Otros no necesitaban nada, tan torturados, tan débiles estaban que casi no se daban cuenta del traslado. Así llegaban al aeropuerto de la Escuela Mecánica de la Armada. "Debe ser lejos", pensaban los que podían pensar. Adentro los aparatos no eran tan cómodos como los buses, pero a esa edad, y juntos, y aunque no lo supieran, dogrados o aliviados se acomodaban ya sumisos, tal vez algunos hasta alegres, porque iban con sus camaradas. Antes de partir, otra copa, otra droga. El aeroplano enfilaba hacia el mar, con la muerte como pasajera invisible. Alguno de ellos pensó quizá en saltar, en obtener su libertad, volando, volver a tierra para seguir la lucha. Entonces se dormían. Es posible que muchos despertaran en el aire e intentaran el vuelo, pero un peso en los pies los llevaba hacia abajo, siempre hacia abajo, y eran inútiles sus aleteos. Entonces el choque con el mar salado y el descenso, otra vez el descenso hacia donde todo desaparece para siempre.
HIJO:
¡Yo lo hice! ¡Yo lo logré!
MADRE:
¿Qué cosa?
HIJO:
Volar, regresar a tierra.
MADRE:
¡Mentiras!
HIJO:
Me encontraron en la playa, amoratado, desnudo, inconsciente.
MADRE:
¡Inventos!
HIJO:
Entre las piedras, cubierto por los cangrejos.
MADRE:
Nadie sobrevive a esa caída desde un avión, menos en las rocas.
HIJO:
Volé a tierra, te lo dije.
MADRE:
Falsedad tras falsedad. A ver, ¿cómo te llamás?
HIJO:
No sé, no me quitaron la vida, pero sí la memoria.
MADRE:
¿Andás entonces sin nombre por el mundo?
HIJO:
Me dieron uno... desde ese día, pero no es el de mis padres...
MADRE:
¿Cómo te llamás ahora?
HIJO:
Expósito...
MADRE:
Pues con ese nombre jamás encontrarás a nadie.
HIJO:
Lo sé, pero quizá una seña particular... la voz de la sangre.
MADRE (RÍE):
Ahora salís con eso... la tal voz no existe, es un invento romántico.
HIJO:
Quién sabe. ¿Jamás sentiste el impulso de que ese joven que pasa junto a vos en la calle es tu hijo? ¿No hay algo que grita desde dentro: "ése es, ése es"?
MADRE:
Sí, pero inmediatamente la reflexión me dice: no es, no puede ser.
HIJO:
Pues a mí, al verte, algo interior me dijo: ¡Es ella!
MADRE:
No, ¿no ves que no soy? ¡Qué más quisiera yo que fueras mi hijo!, pero ni siquiera tenés un nombre para comprobarlo.
HIJO:
Lo tengo, te lo dije.
MADRE:
Expósitos hay muchos en el mundo, es el nombre que les ponen a todos los niños abandonados en los orfelinatos.
HIJO:
Allí fue donde me lo dieron... no... (SE DA CUENTA DE SU EQUIVOCACIÓN) quise decir que...
MADRE:
¿Querés decir que creciste... en el orfelinato (ÉL AFIRMA CON LA CABEZA), que allí te entregaron recién nacido,
HIJO:
(CONTESTA MUY BAJO) Sí...
MADRE:
cuando alguien te descubrió en la playa,
HIJO: (CON MÁS FUERZA)
Sí.
MADRE:
inconsciente,
HIJO:
Sí.
MADRE:
entre las piedras y los cangrejos...
HIJO: (YA ES UN PEQUEÑO GRITO)
¡Sí!
MADRE:
y lo que has venido a buscar no es una madre, sino a la puta que te parió y te dejó tirado en esa playa?
HIJO: (SIEMPRE SUBIENDO Y DESESPERADO)
¡Sí, sí, sí, sí, sí, sí...!
MADRE:
¿Y creías que yo te iba a reconocer, a darte el nombre que no tenés, a hacerte parte de mi propia mentira?
HIJO:
Sí, sí, sí, sí. Pero vos no sos una mentira, sos real, por eso te escogí.
MADRE:
Sabés... Confesión por confesión: yo soy tan mentira como vos. Yo... yo... yo jamás tuve ningún hijo. Se me fueron los años en nada, en sacrificios inútiles, en trabajo, en devoción a un par de viejos enfermos... y cuando quise, cuando quise estaba fea, ajada, vieja, tenía yo la edad de todas las madres que buscaban a un hijo desaparecido, que por lo menos querían tener la convicción de que estaba muerto. Quería yo un hijo, cierto, aunque fuera muerto, quería llenar mi vida, quería un pasado lleno de ilusiones futuras.
HIJO:
Entonces, sos peor que yo. Querés robar a una verdadera madre la esperanza de saber si su hijo está vivo o muerto.
MADRE:
¿Y vos, vos qué? Querés usurpar un lugar que no te corresponde, entrar como ladrón en otras vidas, en la casa que nunca tuviste. No, no somos peor o mejor: somos la misma mierda. ¡Andáte!
HIJO:
¿Por qué yo y no vos? Vos tampoco tenés derecho a estar aquí, no perdiste nunca un hijo.
MADRE:
¿Que no perdí un...? ¿No te das cuenta? Perdí todos los hijos que pude tener, perdí la oportunidad de verlos crecer, de verlos desaparecer, de venir a reclamar día tras día a esta plaza. Perdí la esperanza y la angustia. Nunca corrí de casa en casa de sus amigos, nunca tuve que ir a la universidad, a los cafés, a los bares, a los lugares que frecuentaban. Nunca fui a comisarías, a estaciones de policía, a puestos militares. Nunca tuve su foto para ponerla en una pancarta, nunca su filiación, nunca su nombre...
HIJO:
Expósito.
MADRE:
Ése no es un nombre.
HIJO:
Así me llamo.
MADRE:
Hacés bien en repetirlo, porque nunca lo pronunciaré para que así no puedas llegar a mí.
HIJO:
Si hubieras tenido un hijo, pudiste haberme llamado así: Expósito.
MADRE:
¡Nunca! Mi hijo llevaría un nombre hermoso, sonoro, de santo cristiano, de héroe, de paladín, de triunfador...
HIJO:
...de víctima, de mártir, de jodido por los milicos como toda la juventud argentina... (ELLA EMPIEZA A ALEJARSE.) ¿Qué hacés?
MADRE:
Me voy. Hasta más verte.
HIJO:
Sí. Hasta más verte aquí, en Plaza de Mayo.
MADRE:
¿No entendés? Hasta más verte es apenas una fórmula, es un decir chiao, adío, hasta nunca. ¿Está claro?
HIJO:
Yo entiendo que...
MADRE:
Que no, no quiero verte más, ni discutir con vos. ¿Está claro?
HIJO:
Quizá podamos imaginar que...
MADRE:
No. Ya no.
HIJO:
Yo estaré aquí mañana. ¿Y vos?
ELLA SE DETIENE.
MADRE:
¿Mañana? ¿Para qué?
HIJO:
Quizá podrías saber algo de tu hijo.
MADRE:
No... pero si ya lo sé. Vos, mi hijo, el único que pudo ser mi hijo, estás muerto. (SE ALEJA Y CANTA)
MADRE:
¿Dónde estás corazón?
No oigo tu palpitar
es tan grande el dolor
que no puede llorar.
Yo quisiera llorar
y no tengo más llanto
lo quería yo tanto
y se fue
para nunca volver.
SE ESCUCHA UN AVIÓN. PASA POR ENCIMA. LA MADRE HA DESAPARECIDO. AL HIJO PARECE FALTARLE SOSTÉN EN EL PISO Y CAE, CAE COMO DESDE LO ALTO, QUEDA EN POSICIÓN FETAL. LA ESCENA SE VA OSCURECIENDO, SÓLO QUEDA UN REFLECTOR SOBRE EL VIEJO MÚSICO QUE DEJA OÍR SU TANGO TRISTE, MUY TRISTE, EN EL BANDONEÓN.

TELÓN

Escrita en junio de 1998 en la Clínica Londres.

Alejandro Céssar Rendón, Hasta más verte en Plaza de Mayo. México, Ediciones Mixcóatl, 1998.


La Plaza de Mayo, como la mayoría de las plazas del mundo, es un símbolo de libertad. Allí el 25 de mayo de 1810 se dio el primer grito independentista contra el gobierno español. Con el transcurrir de los años se convirtió en el gesto obligado de los argentinos ya que en ella se reunían para dar vivas al presidente de turno o repudiarlo. Y allí se convocaron y aún continúan reuniéndose las madres para reclamar, en círculos alrededor de la pirámide, por la vida de sus hijos.

Alejandro Céssar Rendón dando continuidad a su serie de teatralidades sobre plazas del mundo, tomó esta emblemática plaza argentina para mostrarnos encubiertamente las mentiras subterráneas con las que se manejó el pueblo durante no sólo una sino varias décadas.

Hasta más verte en Plaza de Mayo no sólo nos remite a una mujer y un hombre mitómanos que para sobrevivir se inventan mutuas mentiras o se fabrican historias para asegurarse un porvenir de falsedades, sino a la larga noche del proceso militar en donde la sociedad encubría todo engañándose a sí misma. La mentira fue el gran denominador común de esos años.

Mediante el don de la síntesis el autor ha concentrado en su fábula aguafuertes de la realidad, logrando captar ese espacio de la Plaza de Mayo poblado de sombras, y en él puso en acción a sus personajes, seres oscuros pero coloreados por el fuego de la pasión. Y esa pasión fue la necesidad de sobrevivir en una sociedad que negó la existencia del otro. El valor de esta farsa reside justamente en rescatar con otra mirada un pasado que muchos argentinos ya han olvidado o no quieren recordar.

Hasta más verte en Plaza de Mayo también nos remite a una corriente subterránea que recorre el continente Americano desde Tijuana a Tierra del Fuego, donde la muerte, como el fantasma de Hamlet, no deja vivir en paz.

Beatriz Norma Iacoviello


RELiM
ilianarz@servidor.unam.mx