Ir al inicio  Ir a "Cuenteando"


Candelaria de los patos

Por Salvador García Lima

—Ya tiene harto. Crioque serán unos treinta y tantos años los que tengo yo de vender mis dulcecitos aquí en este lugar. Desde que ni pa'cuando que fueran a hacer estos puentísimos. ¡Que'speranzas!, si nomás era puro pueblo rabón este Tacuba de mis pecados. Yo me puse mero aquí porque allá atrás, así como pa'onde está "El torito", era la estación del tren y se vendía titipuchal de animales vivos: que guajolotes, que gallinas, que borregos... bueno, hasta vacas y becerrillos se vendían. Era un rebumbio de gente que venía a comprar y a vender.

—¿Pero cómo es que llegó usted, doña Cande?

—Huy, hija, ora te vas a poner a averiguar mi vida... Bueno, mira: yo llegué a la Ciudad allá por 1940. Vine a trabajar en casa de una señora dotora que me conchabó allá en mi pueblo, por el rumbo de los volcanes, ¿conoces?, ¡qué vas a conocer! Bueno, pos de por allá soy y esta señora, pasiando, pasiando, llegó al pueblo. Yo le ayudaba a una mi prima a que vendiera sus tamalitos en la plaza, ¿no?, y esta señora muy languarica que nos hace la plática y ya resultó que necesitaba quién le ayudara al quiacer de su casa y yo, de caliente, pa'qués más que la verdá: "¡Ay, cómo me gustaría conocer México!", "pues anda, vente", y sí, tú. Nomás pasé a mi casa y le digo a mi mamá: "Me voy a México a trabajar, aluego vengo". Pobre de mi nana, ni nada dijo, nomás peló tamaños ojotes y me echó mi bendición.

—¿Y qué dijo su papá, doña Cande?

—Nada, niña. Los difuntos no hablan... Pos te digo: me vine con la dotora y bien bonito que fue estar con ella. No'mbre niña, gente, gente que era esta dotora y su niños y su marido y todos. Nomás lo que no me gustó fue que me cambiaron el nombre y me pusieron Candelaria, fíjate: hasta me llevaron un día al cine —primera vez que lo vía— a ver quesque "María Candelaria" y me dijo el señor: "No me gusta tu nombre, Micaela, te vamos a poner Candelaria, como la de la película. ¿Qué te parece?" "Postá bien, señor", dije yo tan taruga, ¿verdá? Ahoy comprendo que uno debe querer el nombre que le ponen a uno sus papás, pero entonces a mí se me hizo bonito llamarme como la muchacha de la película y acepté y así se me quedó, Candelaria y aluego, la Cande.

—Y ¿cómo es que dejó esa familia tan buena...?

—Si no la dejé, niña... lo que pasa es que me casé. Un día le dije a la dotora: "Fíjese dotorcita que conocí un gendarme allá por el Carmen —porque vivíamos allá en el centro— y pos ya es mi novio y quesque nos hemos de casar." "Pos bueno —dijo la dotora—, ya tienes novio."

—¡Se pone roja, doña Cande! ¿Le da vergüenza? ¿Le dio entonces?

—Me dio hartota, niña, pero qué quieres: es más cabrona la cusquera. Al siguiente domingo fuimos al pueblo para que me pidiera mi Facundo...

—¿Y su mamá dio la mano, doña Cande?

—Me dio todita, niña. Onde que el faceto del Facundo fue uniformado y todo. ¡Huy, a mi nanita se le hacía que me casaba yo con el Ávila Camacho! Pa' luego es tarde: en dos meses se arregló todo y nos casamos allá en el pueblo. Harta envidia que les dio a mis amigas patasrajadas como yo. Jueron hartotes cuicos de aquí de México y su familia de mi Facundo no, porque no tenía, si no, yo digo que hubieran ido, ¿verdá?

—Pues sí, doña Cande... oiga, ¿cuánto duró casada?

—Huy, madre, año y medio. Luego se me murió mi Facus... ¡Ay...!

—No llore, doña Cande, mire, mejor ya no platicamos...

—¡Ora tejones, niña! Nomás déjame lagrimiar tantito, porque siempre me puede mi difunto, mis difuntos, porque al mes de que murió mi viejo, se muere también mi nana.

—¡Válgame Dios, Doña Cande! Este... le digo que mejor le paramos.

—¡Oh, chincuetes! Primero ai'stás moliendo y ora te arrugas, ¿pos qué nunca has visto llorar una vieja?... Espérame tantito... lo que pasa es que todavía me cala... Ora sí, mira, luego de mis difuntos, la pasé negra, porque un dichoso licenciado nosequé se quedó con la pensión que me dejaba mi Facus y no vi un solo centavo, ¡cómo estaba cerrada de plano! Yo qué iba saber ónde era el edificio de Pensiones y nosequé...

—Pero la doctora le hubiera ayudado...

—Pos sí, pero no... yo no quería que me vieran con lástima y pos la verdá fui tonta y no le moví ni visité a mis padrinos —porque la dotora y su esposo nos apadrinaron en la boda—, me quedé como trascuerda, pues.

—Válgame... y dígame, doña Cande, ¿jamás los volvió a ver?

—Pos una vez fui a visitarlos, ya mi madrina estaba jubilada y su esposo se había muerto y... ¡oh, a mí no me cuadra platicar así!, ya hiciste que me adelantara de a feo...

—Discúlpeme, Doña Cande, sígale como a usted le gusta...

—Pos claro, hija, si la platicada es bien sabrosa, pero debe ser con modo, pa'que sepa, si no, pos ¿cómo?... Ése es el chiste de "royer culos", como decía una mi comadrita que de Dios haya... Ora fíjate... ¿En qué iba?

—En que no quiso pedir ayuda a sus padrinos cuando le faltó su esposo...

—Pos sí. Es feo eso de dar lástimas. Por lo mismo no quise regresar al pueblo, ya pa'qué... "A qué volver...", dice una canción que l'otro día oyí y así fue... mi nana también difunta... ¡Ay, Dios!

—¡Doña Cande!...

—¡Déjame moquiar!... Pos sí, te digo, jamás volví a poner un pie en el pueblo. Dicen que el buey solo bien se lame y así fue que me puse a ver el modo de hallarme la vida. Un día un chamaco me regaló un dulce de esos "tehuanos" y que le pregunto: "¿A cómo son éstos?" Ya ni me acuerdo cuánto me dijo. Enton's, un día que fui por la Merced que pregunto por la bolsa. No, hija, yo dije "aquísta el pan". ¿Pos cuánto no le sacan a una chingada bolsita?, y pa´pronto que agarro esto de los dulces y hasta la fecha... Primero empecé en la puerta de la vecindá de la calle de Tapiceros, que era donde me puso casa mi difunto. Ahí me querían harto, niña. Todos los chamacos se acomedían conmigo, por cierto que fue uno de ellos el que me volvió a bautizar, el jijo de la mañana. Un día se le ocurre decirme: "Buenos días, Candelaria de los Patos". Y fue la risión de toda la vecindá. Y ya se me quedó: La Candelaria de los patos. Feo que estaba... está ese dichoso lugar, ¿no conoces? Yo sí. Como por ahí iba a mercar mis dulces —en el mercado Ampudia—, pos andaba todas esas calles.

—¿Y nunca le dieron ganas de volverse a casar, Doña Cande?

—Anda tú, ¿ónde te figuras? No... qué esperanzas. Fíjate que aluego sí como que me daba la tentación de hacer la grosería, luego me figuraba, ¿no? Más cuando iba por allá onde te digo: allá por la estación vieja de San Lázaro, la Soledá o por San Simón, tú. Las viejas tan rabonas que estaban ahí casi enseñando el istafiate... pos no creas... Luego pensaba: ¿Y cómo iba yo a dejar que cualquier Juan de la tiznada me hiciera lo que mi difunto Facus?, pensaba yo, ¿no? Y luego el cabrón pingo: ¡Ay!, ¿pos qué tiene? Pero luego reflejaba yo en lo que diría mi nana, que de Dios haya y entonces sí, hasta coraje me daba de ser yo tan güila. Ora te voy a decir, sí me salían enamoraos, quesque "Usté me gusta Cande" y no se qué, pero eso es nomás pa' poderle agarrar el tifiruche a una y pos no.

—Prefirió vivir sola, Doña Cande... y, oiga, ¿cómo estuvo lo de su madrina?

—Ora sí. Pos fíjate que un día me decidí a visitarla y ahí te voy. Y no, niña, ya no vivía ahí en el centro. En su departamento estaba una nueva inquilina muy roñosa que hasta me maltrató, pero una vecina que me conoció me dijo que mi madrina trabajaba en el Hospital Juárez. Pos ahí te voy y no, pos que ya estaba jubilada. ¡Válgame Dios! "No —dije yo—, ya no volví a ver a mi madrina", pero en eso una enfermera que me ve yo crioque agüitada. Que le cuento que buscaba yo mi madrina y me dice: "Yo sé dónde vive". Y sí, tú. Que me da su dirección: vivía en la Colonia Obrera, y a pregunte y pregunte, que doy con su casa. ¡Mejor ni hubiera ido! Muy mala estaba mi pobre madrina, le había dado un embolio...

—Embolia, Doña Cande...

—¿Si sabes de qué te hablo, no? Enton's no friegues, yo no soy dotora. Pos le había dado eso y, a resultas, pos no podía casi hablar y moverse, de plano nada. Pobre de mi madrina. Nomás me vio y se le rodaron sus lágrimas. ¡Ay, madre! Sentí rete feo, palabra...

—...

—Ya aprendiste. Ora sí me dejaste moquiar a gusto. Bueno, pos te digo, ya medio platiqué con ella y así con lo poquito que podía hablar y todo, supe que mi padrino ya había muerto y que los hijos, ya casados, habían agarrado por su lado y ahí estaba sola mi madrina, con una muchachilla de cerca de mi pueblo que le pagaban sus hijos y... ¡Ay, Dios! Todo se acaba...

—...

—Ésa es mi triste historia, mi niña. A ti te falta tanto por vivir que algún día, cuando una escuincla babosa te saque la sopa, hasta te vas a espantar de tantísimo que tengas para platicar. Y lo pior es que no haya más chamacas filtrosas como tú que les guste oyir a las viejas como yo. Cuando las veo a las chamacas que echan a perder su vida dándole el tamal a cualquier Juan chichitas que se los pide, quisiera gritarles que no sean pencas, que se fijen bien y que hagan otra cosa en la vida. También me gustaría hablar con muchas viejas mis compañeras pa' platicar de tantas cosas que me rebuyen aquí dentro. ¡Está cabrón eso de traer el morral tan lleno de pendejadas!...

—Híjole, Doña Cande, ¿sabe?, ora sí nos picamos en la plática... Está bien sabrosa, pero... me tengo que ir porque ya es muy tarde para la escuela, pero otro día platicamos, ¿no?

—Ándale, si aquí está tu pendeja. Nomás vienes a rebotar l'agua y ya te vas. Pero la culpa es mía... Es más, ya ni tiempo tuve de contarte cómo llegué a Tacubita. Ora te quedas con la cabrona duda...

—No sea así, Doña Cande, es que me tengo que ir.

—Sí, hija, si nomás te maloreo. Lo primeritito es l'escuela. Bueno, y de veras, ¿qué escuela está por el Toreo, tú?

—Ninguna, Doña Cande. Ahí tomo el camión para los Remedios, ahí está mi escuela.

—¿Cómo se llama?

—Es el C.C.H. de Naucalpan.

—El ce... ¿qué?

—El Colegio de Ciencias y Humanidades...

—¡Vete al cabrón!, ¿es como prepa?

—Ándele, más o menos...

—Pos eso dime, no que: ¡Ay sí, voy en el che, che, che!

—C.C.H., Doña Cande.

—Ándale pues, pero verás que ya no te cuento nada, canija.

—Para que no se enoje, a la noche que regrese, le ayudo a levantar su puesto y la acompaño hasta su casa. ¿Me espera, Doña Cande? Así me cuenta lo que falta.

—Te espero, hija... siempre te espero... mientras tanto aquí me quedo, recordando, despachando... y desculando hormigas.


Salvador García Lima: Nací en 1959, soy obrero y en 1994 me dio por escribir un cuento. En 1998 lo inscribí en un concurso que organizó la revista Crónicas y Leyendas de la Ciudad de México, y medio ganó... medio ganó porque declararon desierto el primer lugar y me dieron el segundo. No pretendo ser escritor; entiendo que para eso se nace, pero siempre hay inquietudes que creo que deben ser satisfechas, aun a costa de algún posible e incauto lector. Participo en el taller literario del poeta Luis de la Peña. Se han publicado algunos de mis cuentos en la revista Confabulario, Cuaderno de Talleres y en las páginas electrónicas Proyecto Sherezade y Cuadernos de la Aldea.


RELiM
http://www.relim.com
relim@lapalabra.com