Por Leticia López
A mis queridas Rosarios (Castellanos y Covarrubias)
A mi amiga y maestra Carolina Ponce
Helena no hubiera sido inmortalizada de haber sido fea. Sólo por curiosidad, ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de huir con Paris se hubiera clavado un puñal, como Lucrecia? Algo se le habría ocurrido al genio creador antiguo, porque belleza y virtud son las divisas de las idolatradas por los escritores. ¿Y las esclavas, hetairas, concubinas, meretrices, plebeyas? Son satélites de la periferia, punto referencial para contrastar belleza y virtud. Pero está también la cara opuesta de la moneda: las Corinas y las Lesbias (medio opuesta, porque ni tan virtuosas, sí muy bellas, según sus adoradores).
La mayor sublimación la alcanzan las lloronas consagradas, como la de la ciudad de México, análoga a Medea, entes de dolor y pasiones exacerbadas, ¡muchas lágrimas!; como Ariadna después del abandono de Teseo. Pero las dos primeras se reservan en lo más abismal de sus oscuros impulsos la divisa de la venganza al asesinar a sus hijos; la tercera, en el rango de la ligereza, pronto se consuela con Baco. Tita sintetiza el máximo sublime de dolor al nacer en medio del torrente de su propio llanto, y de la abnegación (paradójicamente gozosa) de la espera, que se representa con el tejido del enorme manto de la cama, como el de Penélope (sólo que hay una tradición que la describe como madre del dios Pan, en griego : todo, es decir, hijo de “todos” los que acudieron a ella en ausencia de Odiseo). Otras no sobreviven a sus pasiones, ni a sus frustraciones... pero una Madame Bovary finimilenaria no tendría por qué suicidarse, ¿no?
Las grandes aguerridas, madres, esposas o amantes de los romanos, han quedado oscurecidas por la pluma de los historiadores que sólo las han presentado para exaltar las cualidades de los protagonistas en el imperio-carnicería. ¡Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer!, versa el lugar común; en realidad, delante o junto, sólo que la cultura fálica privilegia al que nace perfecto, como diría Aristóteles. Simone de Beauvoir, por su parte, atiza el fuego cuando afirma que la mujer experimenta cierta sensación de poder cuando riega las plantas con la manguera, en actitud fálica.
La postura en cuanto a creación se refiere, al menos en teoría, es concluyente: unos y otras tienen las mismas posibilidades en el ámbito literario; pero todavía hay quien se refiere a Safo como la lesbiana y le presta más atención a su vida privada que a su obra. La labor literaria requiere genio, talento y trabajo, independientemente de consideraciones de género o tendencia sexual. Lo de menos es orinar de pie o sentado; las posibilidades creativas no se verifican en el retrete porque los textos no tienen género, tienen calidad o no la tienen, simplemente. Por lo demás, mientras no haya un nombre para el cajón de las creadoras, si no es posible encontrarlo entre los escritores autorizados, propongo uno: la metáfora de la otredad.
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