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El otro lado de la vida

Rosario Covarrubias

Para Iliana: La poeta luminosa, la maravillosa
amiga, dignísima Rodríguez Zuleta.

Amigo sin raíz, el paso enfundado en tierra enfadada, si no en claustro, o secuestrada, enferma, árida, sin lluvia ni torrente inducido a fuerza de buenas intenciones, acueductos y bordos muertos, descuidados, feneciendo en el olvido de las obras erigidas con base pobre de promesa sin cumplir. Se agota el caudal de tu paciencia, se evapora la lluvia a temporales, traicionada en el vapor de un vacío que no tiene continente, no tiene camino. El pan se convierte en nube, lejos de tus manos, de tu azada, del llanto de tu cuerpo —árbol sin agua— de brazos vencidos, caídos, desplomados sobre tierra infértil, sin fuerza ya para ganar el cielo, harta la súplica inútil. Dos enfermos agonizan en simbiosis de miseria... y la vida... está tan lejos... Tu alma llena de campo pierde en tus pasos la tierra hecha polvo, se deshace con tu andar buscando la quimera en el fruto que percibes en el afán de la fábrica, pasos de asfalto apostándose frágiles, descubiertos, ignorados ante muros más altos que tus milpas imposibles, que tus árboles tercos sobre el páramo que mira tus espaldas. Te llevas la vida a rastras, con tus promesas-caricias húmedas, salitrosas, al fruto de tu carne y de tu sangre, la vida que se queda, clavada como estaca de cerca en la pobreza de tu casa sin comida, en medio del incendio implacable que muere la tierra, el futuro agazapado, metido en el rincón tímido de la infancia de tus hijos que también te ven la espalda, azorados, solos tus árboles chiquitos... se quedan como la noche... esperando a la mañana buscada allende tu hogar, tus ancestros, tus afectos. El muro frío, insensible, sin alma, te pega con su realidad de concreto. La ciudad se cierra sobre ti lo mismo que el portón indolente de la industria con nómina llena. La patria se llena de parias, no tiene pan para ti, para los otros. Recorres de sur a centro, de centro a norte, reconociendo tu tierra, tan imposiblemente tuya, se rehúsa a abrazarte, cobijarte, retenerte. Te conduce la esperanza necesitada a seguir las estrellas, te niegas a ver las barras. Buscas tu propio Belén para refrendar que has nacido. Allá lejos llevas la nobleza de tus manos. Tu hambre no conoce fronteras, tu valor es la dignidad de tu trabajo. Qué hacer en medio del infierno —valiente, que no se arredra con la asfixia de un rodante ataúd de metal—, ¿acaso te preparaste en el metro que te abortó?, rueda hacinada la fuerza vital, abandonada a la mitad del desierto, a la mitad del río, a la mitad de la existencia. En medio del otro lado de la vida.

Hermanos en el centro de la tierra yerma, acosados de hambre y sol, errando sin oasis buscando el norte, hermanos de tierra firme en la indefensión del naufragio, braceando al norte a contracorriente. Acosados por la vigilancia del miedo, siempre lista a incrustarte un relámpago ardiente en el corazón. El otro muro de tierra abierta, que muchos de los nuestros no alcanzan a sembrar.

RELiM
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