Los peones falsarios del ajedrez
Por José Luis de la Fuente
Ignacio Padilla, Amphitryon. Madrid: Espasa-Calpe, 2000, 219 pp.
El juego resulta el eje central en el que suele concentrarse o convertirse en metáfora la trama de la novela o, para precisar más, los enfrentamientos íntimos o más externos de los personajes. Ocurre de forma muy especial en la narrativa más reciente, donde diferentes juegos cumplen una clara función estructural, pero más si cabe en la mexicana. Respecto de los principales hitos de la novela detectivesca o de intriga policial en México, habría de citarse el papel de los naipes en Ensayo de un crimen de Rodolfo Usigli; el dominó en Sombra de las sombras de Paco Ignacio Taibo II; o, más recientemente, el ajedrez (tan jugado en las calles y plazas de México) en la novela En busca de Klingsor de Jorge Volpi, sobre el que debatió previamente Poe en Los crímenes de la calle Morgue, y el que retomó Borges en algún relato. El juego de las piezas blancas contra las negras, del bien contra el mal (o a la inversa), de los espacios a conquistar con la razón eficaz de la inteligencia y su estrategia, se ha convertido en una metáfora de las luchas mundanas que, como en Volpi, en Ignacio Padilla (México, 1968) se extienden a las guerras mundiales en escenario europeo. La trayectoria que inició en Hispanoamérica Borges con relatos como "El jardín de senderos que se bifurcan" quedó continuada en las novelas de su compatriota Abel Posse, El viajero de Agartha y Los demonios ocultos. En la actualidad parece que la generación mexicana del "crack" ha regresado a la Europa de esos años cruentos, se ha despojado de todo costumbrismo, de cualquier color local, e incluso de la piel mexicana del escritor para ofrecer una novela que sólo la reseña del autor puede denunciar su nacionalidad. Los presupuestos de la generación se hacen evidentes en estas narraciones que llegan a España gracias a los premios, aunque su trayectoria en México venga de largo, porque, como Volpi, Padilla (y otros miembros del grupo) cuenta con varios interesantes volúmenes de relatos y de novelas desconocidos por el mercado español.
La intriga de
Amphitryon se ubica en los alrededores de la Segunda Guerra Mundial y en Europa. El relato se sitúa en Buenos Aires, Ginebra, Londres, Cruseille, desde 1947, pero la relación circular termina con un colofón a cargo de un personaje llamado como el autor, situado en San Pedro Cholula, en 1999. Toda la trama (sobre Plauto y Molière) gira en torno a las suplantaciones del misterioso personaje Thadeus Dreyer, de dobles sobre dobles, de peones que se convierten en otras fichas o que son destruidos durante el juego en la constante partida de ajedrez que resulta la vida, la guerra y la puerta del destino. El componente borgeano (y volpiano) va aumentando hasta que ocurre una nueva invasión perpetrada por el Homero argentino, puesto que el laberinto (tras el dantesco infierno de la guerra) se hace presente con sus referentes a Ariadna y el Minotauro. El Proyecto Amphitryon de las suplantaciones resulta el laberíntico y ajedrecístico plan de ocultamiento de algunos personajes de la historia nazi. En todo ello, como en Volpi últimamente, se debate en torno a la identidad, la búsqueda de la verdad, el destino, el juego del ajedrez que es la vida con el bien y el mal (o cuerpo y alma) enfrentados, los manuscritos por descifrar que van cobrando importancia, el cine con Bogart, copia de lo real, la ficción y la realidad, las transformaciones y la metaficcionalidad que explica la novela, pues la escritura del autor penetra en la novela, en exceso procelosa. Dificultad no por las disyuntivas planteadas, el orden y el caos y la complejidad humana que se muestra tan incomprensible como la guerra y el exterminio racial, sino por el papel del tiempo y las transformaciones de identidades, más semejantes a reencarnaciones que afirman un destino y niegan el fin de la vida que continúa su búsqueda inútil de la verdad: “... no tengo más remedio que buscar una respuesta en el reino falaz de mi propia imaginación, allí donde cada historia y cada palabra conducen irremisiblemente a la mentira” (pág. 213).
Tan ambicioso proyecto como el de Padilla requeriría de un mayor acompañamiento al lector o una estructuración más aquilatada. Las suplantaciones y transformaciones aclaran desde otro punto de vista la existencia, se convierten en un medio eficaz para explicar nuestro siglo carnavalesco y fracasado en el hallazgo de la verdad que recorre la vida como en un tren infausto en busca de su destino trazado ya en unos manuscritos; pero ese tren narrativo, ese viaje iniciático que emprende el lector entre fragmentos de historia, textos y piezas de ajedrez, puede quedar eclipsado por la afanosa trama en que los personajes se reiteran —como "una promesa de inmortalidad" (pág. 23)— en su fatalidad victoriosa o derrotada.
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