Por el alto rumor de los follajes,
por la caricia grave del perfume,
por el glacial aroma del espejo,
por el matiz amargo de los vinos,
por el fragante gusto de las flores,
por un latido que galopa en llamas
las espesas veredas de la sangre,
te invoco. Ven, humo, fantasma, sombra.
Acude al pozo de garganta verde
que pregona frescuras con vapores;
acude a los roperos que imaginan
a las aves en nidos barnizados;
acude a los cristales que pelean
por romper su quietud a libres olas.
No sé cómo llamarte... Si te llamo
ébano anochece; si ángel impides
con espada de ámbar cualquier retorno.
Si supiera tu verdadero nombre
sería como desnudar de vidrios
el reflejo, como en perla sería
congelar el oriente de los astros.
No sé cómo llamarte, angustia pura,
pura agonía de aire que se asfixia
en las entrañas mismas del diamante,
prisa del mar por salir de la celda
de obsesivo marfil que lo aprisiona,
carrera de ladrillos en muralla,
efigie de fuego, en la danza, inmóvil.
Crepitas, incendias el horizonte:
una luz se me desgrana, un murmullo
se me ahonda, torrentes se desatan,
con esencias se me anega la voz.
Permanece junto a mí en este instante
eterno de segundos que se enlazan
como anillos de sal sobre la arena;
permanece junto a mí en este abrazo
de raíces que ascienden por los cielos
en una escala helicoidal de savia
coronada de cúmulos floridos.
Libera el ansia mineral de grutas,
libera la tensión de los volcanes.
Permanece conmigo en esta tierra.
Que fugaz es la unión como un eclipse:
se desangra tu melena de lumbre
en ofrenda a mi gesto de obsidiana,
alrededor estallan los luceros,
en trinos suenan salmos, el ambiente
se cimbra en un temblor de negro y rojo.
Después las nubes buscan tu figura...
Después te añoran tanto las turquesas...
Si tan sólo pudiera para siempre
portar tu aliento en un níveo rostro.
¿Crecerá tu olvido en mi faz menguante,
menguará tu olvido en mi faz creciente?
¿Se trozará en relámpagos aciagos
esta vocación de azogue triforme?
Pues veo en el abismo de tus ojos
las esquirlas heroicas de los soles
romperse en los cantiles de la nada;
miro en ardores consumirse estrellas
como cirios que velan por su muerte,
torbellinos gigantes de galaxias
girar enamorados de su ciclo,
el retorno virtual de los cometas.
Miro mis propios ojos que me miran
en asombro concéntrico de círculos
que nacen de un guijarro de certeza.
Miro el profundo aljibe de los sueños.
Pero tú no eres tú, sino la imagen
mentida de un atesorado cosmos.
Eres humo serpiente que se enrosca
en los troncos ocultos del anhelo,
eres fantasma que vitral se finge
en catedrales de nocturno nácar,
eres la sombra que camina un paso
adelante de tántalos insomnes.
Una efigie de fuego cuyas caras
se suceden por vértigo en las otras,
esculpen su silueta incomprensible,
única en una, a fuerza de ser todas.
Brújula, tea, mapa, meridiano,
arca, columna, faro, torre, umbral,
bruma, espejismo, mareo, neblina,
temor, desmayo, rúbrica en el río.
Esta guerra constante me fatiga,
este límite anfibio de penumbra,
este indeciso fénix claroscuro,
este gozne infinito del crepúsculo.
En el minuto sordo que gotea
sin horadar jamás la edad perpetua
batallo contigo, te busco a gritos,
te olvido tal vez o tal vez te niego.
Permíteme observarte frente a frente,
conocerte con piel de salamandra,
alumbrar mis retinas sin ceguera.
Revélame, para salir, el nombre
que me guíe por este laberinto,
regálame ese fruto sin destierro.
Que mi arcilla se anime con tu soplo,
que mis venas palpiten con tu ritmo,
que mis huesos intenten tu estatura,
que mi boca se inflame con tu verbo.
Que todo el viento, que la noche toda
develen tu cifrada cercanía,
que mis exhaustos ídolos derrumbes,
que mis palmas no sufran por tus clavos.
Se agosta el tiempo, la nostalgia crece:
aún luchamos al rayar el alba
ante las puertas blancas del silencio.
Más allá del gemido de este polvo,
más allá del clamor de esta ceniza
se levanta el enigma de tu efigie...