Luego, la furia intestinal de un grito rompía el crisol nocturno. Atraviesa cada calle, cada puerta, se cuela por las grietas y las escaleras del Metro y se lleva de golpe a un par de almas en pena... de súbito, todos los perros que llegan a encontrarse en Plan de San Luis y Federalismo Norte -enseñándose los dientes, compartiendo un saco de huesos secos o atosigando a una hembra en celo- comienzan a aullar.
Y luego ladran... acompañan la armonía de un tremendo alarido con su propia desesperación... sienten decibeles metiéndoseles por las venas, asesinándoles las garrapatas... el grito tremendo recorre avenidas y privadas raudo, y raudo enciende la máquina de protestar de cada ser canino que habite en cuatro cuadras a la redonda.
La orquesta perruna calla, y vuelve a perseguir a un gato o a perseguir sus rabos o a perseguirse entre sí. El grito ha cesado.
Pero se repite otras dos veces cada noche.
Y cada noche los pelos del lomo de unas docenas de perros se erizan de miedo y de frío, de tétrica sorpresa. Cada noche el mismo grito, nunca más fuerte y nunca más débil, les fumiga la caja torácica.
Digo que me acuerdo, y no es mentira: yo sé de qué boca angustiada venía aquel grito.
Una noche tapatía es, per se, inmutable.
Por eso un grano más en el granero provoca el escándalo de aquellas noches: es un intruso, un indeseable. Yo mismo, una vez, soporté sobre la cara las mil y una miradas de homicida de los quinientos punto cinco malvivientes noctámbulos de esta urbe.
Hay que tener cuidado con la noche... y más si es de Guadalajara.
Un solo, terrible grito.
Y luego la calma, hasta dentro de 24 horas, cuando los hijos de la oscuridad, con todo y sus demonios, sientan de nuevo el miedo en la pituitaria.
Dejé catorce pesos en el platito, sobre la cuenta y el arete glaseado1 de la mesera. Dije:
-¿Y luego? ¿Qué ya tan pronto tronaron? ¿Qué no la hacía... en el... lecho?
(Lo de "lecho" era porque "cama" es impronunciable cuando se le ha atorado a uno la mantequilla en la base de la lengua; no crean que me doy mi taco y no puedo decir "coger a gusto", sino que, además, eso es muy difícil también con la taza del café quemando el dedo índice. Pero en fin...)
-Además -agregué ya sin la mantequilla entre las muelas, sino camino a la faringe y a punto de evolucionar a bolo mastical- cocinaba chido, tenía buenas piernas y la mamá era viuda y con lana...
-Sí, pero...
-Pero cogía feo- le interrumpí con desparpajo, con ese cinismo descarado y objetivo que provoca un café con crema de sustituto comercial.
-No -contestóme el interrogado, quien todavía masacraba con el tenedor un infinitesimal trozo de brócoli, perdido dos minutos antes en la inmensidad de un tazoncito floreado-, no es eso... en la cama era buena, pero...
...más bien gritaba mucho- me dijo, y escupió una piedrecita que se había deslizado en la legumbre.
1. Corina, la mesera, debe haber pasado horas ajustándose el cabello para meter de nuevo la cabeza en los sartenes. Allí es seguro que se le extravió el arete: una mariposilla con piedrillas rojas de fantasía.
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