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Juan, nomás Juan

Por David Zéleny

I

Yo sólo fui Juan.

Aquí junto al río, no le fallo a la huesuda cargado de piedras en el pantalón y, por si acaso, una pachita de aguardiente. Hoy no es un día más feliz que otros, pero seré Juan del Río. Del río, no de otra cosa, animal o flor. Mucho menos del mar. Va mi nombre en el deseo de morir siendo alguien. Hoy día voy contra la voluntad del destino y sin saber qué pasó con las cenizas. Busco lo que se me ha negado, la fuerza del río que se anuncia. Al menos estoy claro que he vivido por obra de mi madre. Sin embargo, debió esperar más, un tantito más. Pero ora seré del río. Juan del río. Como la gente de Pueblo Grande, allá como sea son Vaca, Puerta, Corrales, Águila, Fuentes. Bueno, ellos son. ¡Ah! pero los otros... Gutiérrez, Pérez, Goicochea, Zéleny. A saber si son algo. Dicen los abuelos que significaron algo, sí, pero antes. Yo no conozco ni flores ni animales de esa clase. Todo eso se habrá ido, creo yo, con los que dicen que llegaron de lejos. Puros cuentos. En todo caso se quedaron los nombres. Vacíos. Sin fuerza.

¡Qué arreglos se habrán hecho en ausencia mía para que cumpla esta desgracia! ¿A quién debo preguntar el origen de la ausencia ¡chingaos! la mía?

II

—¿Cómo se va a llamar el plebe? —Juan, como su padre, parecito.
—Bien, Juan... Juan ¿qué? Y ya te dije: se dice padre o padrecito, no parecito... que nomás soy uno.
—Pos Juan...
—Sí, ya sé que Juan, pero Juan qué.
—Mire, padrecito, sucede que lo levanté...
—Leenchaaa... Deja que yo hable con el parecito, tú nomás enredas las cosas.
—¿De qué hablas Juan?
—Pus de que nadie visitó al niño.
—¡Ah! Siguen con sus prácticas paganas, ya se me hacía raro el niño tan flaquito y ojeroso...
—¡Ay, padrecito!
—Leenchaa...
—¡Ay Juan! Déjame decirle al padrecito que levanté al niño...
—Mira, vete a ver quién entra a la iglesia y luego te llamo, las tradiciones son cosa de hombres y.... anda, vete, vete...
—Sí, Juan.
—A ver a ver. ¿Qué se traen tú y Lencha?
—Pos mire, parecito, sucede que nadie visitó al niño. Tres días y nada de huellas en la ceniza, la Lencha ya estaba toda lastimosa porque el niño llore y llore, así que la Lencha contra la costumbre levantó al niño... que porque había que echarle el agua esa que dice usté que está bendita...
—No digo yo que esté bendita, está bendita, lo diga yo o no...
—Por eso, no le digo, usté lo dice, y bueno usté ya sabe que si lo visitan pos lo visitan, pero si nadie lo visita pues...
—Bonita la gracia que iluminó a Lencha. Es el instinto de madre y la gracia de nuestro señor la que...
—No, no parecito, las tradiciones son las tradiciones...
—Sí, Juan, pero la vida de tu hijo iba de por medio...
—Pos sí, parecito, pero nadie lo visitó hasta que la Lencha...
—Pero por qué seguir con las tradiciones cuando las almas de nuestro señor son lastimadas...
—No, parecito, las tradiciones son las tradiciones, tan claro como el agua... las tradiciones son las tradiciones, las costumbres pues y la costumbre se obedece... primero va la semilla y luego la flor, así debe ser.
—Bueno, dejemos esta discusión y dime cómo le ponemos a tu hijo.
—Pos Juan, parecito.
—A ver si te entiendo, alguien tiene que dejar su huella ¿verdad?
—Sí, parecito.
—¿Cualquier huella?
—¡Ah qué parecito tan seso duro!
—¡Juan!
—Pos, parecito, ya le dije, las tradiciones son las tradiciones.
—Entonces le ponemos Juan Viento.
—¡Ah qué parecito! ¿Qué no ve que en días no se ha meneado niuna flor? ¡Qué viento ni qué nada!
—¿Pero viste bien la ceniza?
—De veras que usté no entiende, las tradiciones son las...
—Sí ya entendí eso Juan, pero...
—...la tradición dice que hay que ver bien las huellas de la ceniza, parecito. No se vaya uno a confundir y más delante el padrino del niño se enoja y ya no vela por el crío, parecito. No quiera arreglar todo por la fácil ¿verdad?
—Entonces le ponemos Juan... Juan... a ver... a ver...
—No, pos pa eso le pongo Juan Dios... ¡je je je!
—¡Juan! No ofendas el nombre de nuestro padre...
—Pos ya le dije, las tradiciones son las... tradiciones, pues.
—Entonces ¿cómo le ponemos?
—Pos Juan, parecito, como yo.
—¿Nomás Juan?
—Pos luego. ¡Leenchaa! Tráete al niño pacá. Ya el parecito entendió.
—¡Juan!
—Bonito nombre ¿verdad?

III

Ha llovido tras días y noches. La Luna se asoma para compartir el cielo con el radiante Sol. La tierra debe ser preparada para la siembra. Se palpa ese cierto júbilo que viene de la gente cuando trabaja para la siembra. El esfuerzo es grande, a veces casi demasiado. Poco para mantenerse vivos en estos lugares. La tierra no se deja siempre. La lluvia no es para muchos días. La tierra no bebe y la gente no come. Ora ha llovido, una inmensa alegría húmeda, fértil, única. Pero ya estoy harto. Ora que habrá río, nomás agarro su voluntad y que me lleve lejos a lo hondo. Ora que lagua, digo yo, viene con fuerza... pos me salgo con la mía.

IV

—Oye, Juan, ese tu hijo el que se llama como tú, ya anda otra vez medio raro. Nomás lo veo oteando tras la loma del río días y días ¿anda enamorado el canario?
—¡No, qué va ser! Así se pone con la falta lluvia, como con el alma ida. No, pero habrías de ver cómo se pone cuando la sequía se hace larga. Anda yendo y yendo a la iglesia a pedir por el agua... sale todo tonto de tanto rezo y siempre me pregunta por las tradiciones, que por qué no lo visitó nadie, que de menos le hubiera puesto como yo.
—Pos si ya se nombra como tú, Juan.
—No, él me dice que le hubiera gustado el otro nombre, el bueno, Coyote.
—No, pos sí. Y ¿por qué no se lo diste?
—No, porque las tradiciones son las tradiciones.
—Pos sí, pero mira al pobre, cada vez anda más loco.
—Ni te oiga Lencha porque se acuerda y llora tooodo el día.
—Ni lo digas Juan, yo me callo pero el niño no era para este mundo...
—¡Leenchaa! Anda a ver al Juan, dale un agüita pa que se esté quieto.
—Lencha, su mujer, lo quiere mucho ¿no?
—Lo adora, pero el muchacho trae algo, siempre es corto.
—Pero lo que sea de cada quien es buen muchacho.
—¡Leenchaa!
—Ya voy Juan...
—Pos siempre anda solito, sea la gracia del señor pero no es igual a los otros.
—Pos sí.

V

Todo con tal de que se sienta bien. Esta agüita le gusta y lo calma de sus sueños. Esta agüita que me lo dejó vivo. Raíz de toloache, miel, agua del río y mi bendición. Pobre de mi niño. Allá lo veo, solito como siempre, hablando con el Señor, seguramente pidiendo agua para la siembra. En otros tiempos hubiera sido el pedidor de lluvias. Pobre de mi niño. Ni en la escuela pudo estar. O muy calladito o muy rijoso. Nada para él. Ni las mujeres se fijan en el pobrecito. En fin, ya nomás se toma el agüita y se queda tranquilito. ¿Quién me lo va cuidar ora que el Juan y yo nos muramos? Ni padrino tiene, nadie lo visitó. Le hubiera gustado ser Coyote, como su padre. Se le negó la vida. Pobre de mi niño. De no ser por mí...

VI

Ya oigo el agua, seguro viene arrastrando ramas y piedras. Viene fuerte, tiembla la tierra... ese, ese aroma tan... tan bonito. Es el agua la que preña la tierra. Uno nomás echa la semilla. El agua hace todo. Juan del río. Otro traguito. Quizá he durado tanto por la agüita de mi madre. ¿Quién la va a cuidar ora que me vaya? Cielo húmedo, tierra húmeda. Las tradiciones son las tradiciones, hasta que nací yo. ¡Oh, Dios! ¿Por qué yo? ¿Por qué cambiaron las cosas conmigo?

Tengo harta sed de tanta ansia, ahí viene al agua, y con ella vienen los días de llanto. No se preocupen, nomás es una bautizada, les diré, si salgo vivo, si me voy a lo hondo, a lo mero hondo y me traigo mi nombre, no, no saldré vivo... no soy nada, nomás me llevo el agüita y el aguardiente, nomás tengo esa fuerza.

No, no me rajo... ora sí voy a ser Juan del Río, ese mero seré yo, hasta mujer voy a tener, Juan del Río...

—¡Juan! Ahí viene el agua, vente a preparar la semilla... tómate el agüita que te traigo... ¡Juan, mira qué bonito viene el río!
—Sí, mamá... dame agüita.


David Zéleny nació en la ciudad de México; su Alma Desmater es la Escuela Nacional de Antropología e Historia en donde también aprendió a reflexionar, sentir y vivir con las palabras, las tradiciones y los mitos. Su palabra preferida en los últimos meses es manitú.


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