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Manifiesto pluriestilístico pro homo artisticus

Por Andrés González Pagés

Entre otras muchas cosas que pueden enumerarse, el arte es el trabajo por excelencia, en tanto representación simbólica de esa misma actividad, la que dio a los homínidos previos al cuaternario la posibilidad de alcanzar la condición humana.

Dado el crecimiento de la población mundial hasta un número prácticamente inimaginable de individuos, es monstruosa, por reducida, la proporción de artistas.

Por tanto, el arte es hoy por hoy una actividad generalizada cuya carencia provoca sin duda una deplorable pobreza en términos de la tal condición humana y desemboca en deshumanización, o sea en la animalización, en el embrutecimiento.

Hasta hoy, la mayoría de los seres humanos no han podido ejercer el arte debido a la presión deshumanizadora de unos individuos sobre otros, y ello significa ulteriormente un agravio al género humano, pues está llevándolo a su propia extinción.

Nadie ignora que los índices de violencia y de delincuencia han alcanzado durante el siglo veinte proporciones que ponen en entredicho la inteligencia del Homo sapiens sapiens y, desde luego, su presumida asunción de la cultura.

Y, en torno al concepto de "cultura", el mundo padece hoy confusiones sólo explicables por la ignorancia o la maldad. Refiriéndose por definición al hecho de "cultivar", o sea "producir vida", se lo neutraliza con antagonismos como "cultura de la guerra", "cultura necrófila" y términos por igual aberrantes, acuñados por los medios gangsteriles que se lo han apropiado para usarlo como vehículo de comercio de elementos precisamente destructivos de los valores humanos.

Otras veces, quizás no habiendo sido esa la intención, de todos modos el concepto de cultura ha sido deformado por contaminantes pseudoculturales propios a cierto comercio irresponsable, de lo cual resulta la confusión y la manipulación.

En cuanto a la historia y la crítica del arte, es ominoso que en el umbral del nuevo siglo la generalidad de quienes las ejercen sigan limitados por viejos cartabones conceptuales que los hacen concebir su materia de estudio como un quehacer sólo desarrollable por los seres de suyo "talentosos", o por quienes se han ejercitado en él durante largo tiempo, preferentemente dentro de los muros académicos.

Estas dos posibilidades son sólo partes de un todo en el que la significación principal es la ingente necesidad humana del arte, y cuyo constreñimiento a las personas talentosas resulta históricamente perverso y asesino, genocida. En una primera instancia, el vocablo "talento" se refiere a una cualidad otorgada a algunos individuos aleatoriamente por la naturaleza. En consecuencia, aunque no deba dejar de aprovechárselo cuando se manifieste, el talento es por ahora excecrable en términos de representatividad general de los seres humanos, ámbito general que insoslayablemente debe concernir al arte.

Nadie querría negar la importancia que en la vida del género humano han tenido los pintores del Paleolítico, o Miguel Ángel Buonarroti, o Vicente Van Gogh, o José Clemente Orozco, o los compiladores sumerios del ciclo de Gilgamesh, o Dante Alighieri, o Miguel de Cervantes Saavedra, o Juan Rulfo, o Juan Sebastián Bach, o Ludwig von Beethoven, o Wolfgang Amadeus Mozart, o Claudio Debussy, o Georges Mélies, o Sergio Einsenstein, o Akira Kurosawa, o Federico Fellini,entre muchísimos otros artistas.

Pero sabemos que el talento "natural" es cosa de excepción. No obstante, se lo pone como modelo a seguir, lo cual es una actitud contradictoria y demagógica, anticultural. Es prolongar el ancestral sometimiento a la ley del más fuerte, el oneroso privilegio natural que precisamente la cultura debe superar. Es mantener la tradicional hegemonía del thanatos en detrimento del eros.

Por lo que se refiere al talento "adquirido", o sea el que cualquier persona normal podría alcanzar mediante el trabajo, lo común es que no pueda lograrlo dadas las deficientes condiciones sociales y psicológicas de la mayoría de las personas, ocupadas, sobre todo, en procurarse el sustento en un mundo que lo escamotea de múltiples modos.

Adquirir el "oficio" artístico, por tanto, conlleva la oportunidad de ejercerlo. No es accesible para todos, por cuanto muchos individuos deben afrontar ya la vida misma sin preparación, muy antes que llegar a los refinamientos de la apreciación culta del arte. El término oficio, por tanto, tampoco es representativo.

Así, la "calidad" que el talento y el oficio permiten es sobre todo algo también inaccesible para la mayoría de los seres humanos. En tanto que requisito exclusivo y excluyente para ejercer el arte, la regencia de la calidad perdurará mientras el mundo no sea capaz de resolver el problema de las desigualdades tanto individuales como sociales.

De tal modo que, por el momento, el concepto de "calidad", aplicado al arte, es igualmente cuestionable.

Se hace necesario llamar la atención sobre el peligro de seguir en esta vía descendente de la condición humana y trabajar cuanto antes para abandonarla.

Por todo lo anterior, nada puede haber más indebido en el terreno del arte que la calificación de "bueno" o "malo" que se impone por lo común, siempre subjetiva y superficialmente, a las obras y a los artistas. Las categorías morales "bueno" y "malo" nunca debieron referirse al arte. Esta limitación de raigambre aristotélica, que se dirige luego a subdividir a los buenos en buenos a secas y "mejores", y a los malos en malos a secas y "peores", debe ser erradicada de la actividad artística, para permitir la afloración de la creatividad a que todo individuo tiene derecho como un medio de conservar su calidad humana.

Pero no sólo eso: siendo la creatividad el instrumento fundamental para el desarrollo humano, y siendo el arte la creatividad por excelencia, no sólo no debe negarse a nadie la posibilidad de ejercerlo, sino que, vista la acelerada carrera hacia la extinción de nuestra especie, producto de la actividad destructora cada vez más eficaz y bárbara, el ejercicio del arte deberá constituirse prontamente en una obligación, sin taxativas de ninguna índole, para que, si aún hay posibilidad, el género humano pueda recuperarse asimismo prontamente.

La herramienta que se ofrece como idónea para ese efecto es el "pluriestilismo". Es decir, el ejercicio de todas las formas de hacer arte, sin incurrir en la superficialidad de considerar "superadas" unas u otras de esas formas, puesto que son siempre descubrimientos o aportaciones que enriquecen al género humano y nos revelan modos de sentir o de pensar a las que todos tenemos derecho. La negación de unos estilos por otros, de unas corrientes o escuelas por otras, no habla sino de poca sensibilidad y poca biofilia.

Haciendo un símil con los materiales de construcción, las ciudades de nuestro siglo serían un ejemplo conspicuo: en ellas se yerguen por igual la madera, la piedra, el adobe, el ladrillo, el hormigón armado, el vidrio, el acero y el plástico, y nadie pretendería, a riesgo de ser identificado como estólido, decir que alguna de las primeras de esas conquistas están superadas, aunque sólo hayan podido conocer su vocación constructiva en muy distintos momentos del desarrollo humano, o, las más recientes, ser creadas por éste.

Desde los albores de la especie, nuestros ancestros dejaron en los muros paleolíticos testimonio de los cuatro estilos artísticos fundamentales que en nuestro siglo habría de enunciar el británico Herbert Read: realismo, idealismo, expresionismo y abstraccionismo. Desarrollados mayormente en momentos diversos, por distintas necesidades de expresión y por distintos estímulos, intrínsecos del ser humano o externos a él, los cuatro conviven de nuevo hoy, sobre todo por expresar las cuatro facultades mentales asimismo primarias que por su parte Carl Gustav Jung, también en nuestro siglo, postuló como inherentes al propio ser humano: raciocinio, sentimiento, percepción e intuición.

A nadie se le ocurriría decir que debe dejarse de lado la inteligencia para ser sólo seres sensibles, ni viceversa. Nadie, tampoco, si no es un enfermo, querrá abdicar de las capacidades de percibir e intuir.

Consúltese, para encontrar el mejor camino hacia la comprensión de la otredad creadora y para su fomento, a la vez que para su fundamentación científica, los tratados Educación por el arte, del esteta británico, y Tipos psicológicos, del psicólogo alemán antes citados.

Convoco, pues, a la humanidad de finales del siglo XX, a reflexionar en la urgente necesidad de hacerse una humanidad artística, en general, sin excepción de individuos, y para ello, como insoslayable actividad inmediata, a organizarse en grupos interdisciplinarios de estudio y de trabajo intensivos.

Hagamos todos arte en todas los modalidades imaginables, y pasemos así al Homo artisticus en ejercicio pleno de las facultades pensamiento y emoción, imaginación y actividad creadora. Estas facultades, a la vez que estimularse entre ellas, encierran de igual modo la potencialidad de regularse entre ellas según sea necesario.

Todas las formas artísticas, todos los modos de hacer arte, todos los estilos, hechos en obras distintas o en una sola, por un solo artista o por todos los artistas, por todos los integrantes del género humano, son el camino imprescindible hacia el rescate del esfuerzo primigenio de nuestra especie. Ninguna otra posibilidad hay para devolverle al género humano su vocación autoformadora y generadora de arte por sobre la actual proclividad a la autodestrucción, que cada vez más lo vence. Ninguna otra posibilidad hay para continuar la vida en el planeta Tierra, que es llevado cada vez más al caos por la "inteligencia" y la "excelencia" naturales, no enriquecidas ni atemperadas por un criterio sensible.


Andrés González Pagés nació en Villahermosa, Tabasco, México, en 1940. Ha dirigido o codirigido varias revistas literarias. Ha sido profesor de la Escuela de EScritores de la SOGEM y director del Instituto de Cultura de Tabasco. Es autor de doce títulos; el más reciente es el ensayo antológico Tabasco, meridiano de la poesía (Gobierno del Estado de Tabasco, 1994). Actualmente colabora en El Farolito de La Jornada Morelos.


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