Por Joaquín Montaño
A mi psicóloga (gracias por todo)
A Alma Gallegos (gracias, pedagoga)
Un día desperté decidido a morirme.
Ya no quería recibir halagos
ni palabras bonitas,
que las recibieran otros...
Tomé la decisión de morirme
dejando de respirar:
no quería morir como un vil suicida
intoxicando mi cuerpo
o cortándome las venas.
Me cambié de pijama
y decidí emprender ese camino
ya sin regreso. Camino eterno...
después me acosté, me quedé quieto
y comencé a dejar de respirar.
Creí haber estado muerto.
Oí las dulces
palabras de mi madre, sentí el cariño
perdido de mi padre.
Cuando desperté
ya era el otro día
y mi deseo de morir
había desaparecido.