Revista Electrónica de Literatura Mexicana
Número uno. Octubre-diciembre de 1998
Sección: Reseñas

La celebración de los tipos1

José Tomás de Cuéllar: La Jamonas. Presentación de Margo Glantz. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998, 219 pp.

Por Ana Laura Zavala

En el umbral del próximo milenio, el estudio y la difusión de la literatura mexicana del siglo XIX se ha convertido en una tarea necesaria, que muchos investigadores emprenden con la firme idea de que el rescate, el conocimiento y, por supuesto, la crítica de este período proporcionarán una mayor compresión del fenómeno literario mexicano en su conjunto. En consecuencia, celebramos cualquier reedición de textos finiseculares, que propicie novedosas interpretaciones y el interés del lector contemporáneo. Éste es el caso de la novela de José Tomás de Cuéllar, Las Jamonas, publicada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) dentro de la cuarta serie de Lecturas Mexicanas; importante colección-mosaico, donde se han impreso obras de Gorostiza, Tablada, Novo y Arreola, entre otros.

José Tomás de Cuéllar, conocido con el seudónimo de Facundo, nació en la ciudad de México en 1830, inició su trayectoria literaria a los 18 años; cultivó la poesía y el teatro, esto último con éxito considerable, y colaboró con varias publicaciones de la época. Sin embargo, fue durante su exilio en San Luis Potosí, cuando encontró el género literario que colmaría sus inquietudes artísticas: la novela. Así, en 1869 vio la luz El pecado del siglo, ulteriormente aparecieron la primera versión de Ensalada de pollos, El comerciante de perlas y su colección La Linterna Mágica (1871-1872), en la que figuraron junto a Las Jamonas2 otras cinco novelas, que se incluyeron más tarde en la segunda época de dicha colección (España, 1889-1892).

Las Jamonas abre con una introducción, donde el narrador nos explica sus intenciones: conformar la monografía de un "subgénero humano" compuesto por mujeres de treinta años aproximadamente, maduras para la época, que cultivan una segunda naturaleza: la de los afeites, la de la simulación. Mujeres que, según Facundo, existían en potencia desde Cleopatra y Semíramis, pero que germinaron hasta el siglo XIX, como "el resultado filosófico, químico de muchos ingredientes de la civilización" (p. 24). Ingredientes diversos que van desde las guerras juaristas, la desamortización de los bienes de la Iglesia y la supuesta secularización de la vida nacional, hasta la influencia de otros países tanto en la moda, la moral como en el comportamiento de la sociedad mexicana.

Las jamonas no respetan bando político o económico, cohabitan con conservadores o liberales, son esposas o queridas, huérfanas o hijas legítimas, siempre afectas al lujo. Seres hermosos que detienen el tiempo gracias al maquillaje y los corsés, a los zapatos delicados y los vestidos exquisitos.

La novela narra "dos historias imperfectamente hilvanadas" (p. 14) sobre un dúo de jamonas de diferente condición social, que se involucran en triángulo amoroso. La primera cuenta la vida de Amalia, jamona experta, hija ilegítima, educada en un internado de monjas, quien por los azares de la guerra se traslada de Oaxaca a la ciudad de México en brazos de Sánchez, "hombre elevado por la revolución" gracias a los cambios políticos y sociales que trajeron las guerras juaristas. Amalia vive cómodamente como la querida de este personaje, sin embargo, tiempo después entabla una relación amorosa con Ricardo, poeta trasnochado y vicioso, y escapa con él.

Alrededor de este primer triángulo gira un conjunto de personajes secundarios que convierten la narración en una gran celebración de tipos, sin un hilo conductor bien estructurado. Presencias que Facundo fija como símbolos de la sociedad de su momento, en Las Jamonas aparece desde la alcahueta que arregla las citas, los problemas e incluso los vestidos de sus amigas; la cocota, prostituta francesa; hasta la chismosa que irrumpe en la intimidad de los protagonistas, se apropia de sus secretos para luego exhibirlos sin pudor al lector.

La segunda historia nos muestra a una jamona acomodada, con tendencias al afrancesamiento, conservadora y enemiga de la Reforma que sin amar a su marido cumple con todos sus deberes de esposa, a pesar de que otro hombre la pretende.

Puestas a contra luz, la primera narración, repleta de acomodaticios y arribistas, condena un tipo de vida que se mantiene al margen de las instituciones. En este sentido, siguiendo la ideología del autor, Amalia resulta doblemente culpable, primero por ser hija ilegítima, después por no contraer matrimonio y vivir con un hombre corrupto; de ahí que se encuentre en los linderos de la sociedad, presa del vicio. Facundo lleva hasta sus últimas consecuencias sus disertaciones al asegurar que: "No están las virtudes domésticas ni la bondad de sentimientos, necesariamente de parte de los hijos naturales" (p. 27), por lo que Amalia, huérfana y sin una educación moral familiar, comete la falta de alimentar sólo su exterior y termina por perderse.

En cambio, a Chona, a pesar de ser una jamona, el narrador le permite redimirse a través del amor espiritual; amor que la preserva del tiempo y la vejez. Además, a diferencia de Amalia, ella recibió una educación moral conservadora, apegada a los valores cristianos. Para Chona su marido y su confesor son primero, es decir, las instituciones que sostienen su idea del mundo: la familia y la iglesia. Así, aunque las dos protagonistas adolecen de la misma debilidad, cada una halla un destino distinto en relación directa con su origen y posición social.

Las desventuras de Amalia y su corte de tipos ocupan la mayor parte del texto, mientras que la casta Chona aparece en seis escasos capítulos de los 33 que componen la obra. Esto nos muestra la intención del autor, a quien le interesa documentar los distintos estilos de vida, en especial, los que considera nocivos para la sociedad. Con ello, como dice Margo Glantz en la presentación de la novela, Cuéllar desea contribuir a la edificación de "...un México más digno [...] mediante el flagelo que le ayude a detener la degeneración de las costumbres..." (p. 16); así como "... servir de farol para que no caigan en el precipicio algunas apreciables criaturas" (p. 57).

A la distancia, lo que permite una lectura fresca de Las Jamonas no es su función moralizante, sino, por un lado, el tono burlón e irónico con el cual el narrador ridiculiza el drama social y, por el otro, mucho más importante, que la novela muestra un mundo en transformación, un México cambiante donde la influencia del extranjero, sobre todo de Francia, y los ingredientes nacionales se combinan para esbozar el advenimiento de un nuevo orden, el profiriato.

Las Jamonas, como dijimos antes, conforma una interesante galería de tipos, pero carece de un argumento convincente, sólido y bien estructurado. Además, adolece de un narrador disperso que corta el hilo narrativo, realiza saltos temporales inmotivados y abandona a los protagonistas por capítulos enteros, para recuperarlos con una sola línea: "Después de cierto tiempo es cuando volvemos a seguir los pasos de nuestros personajes" (p. 188).

Sin embargo, Cuéllar consigue varios aciertos: la construcción de los diálogos y de los tipos. Y, por encima de los anteriores, la elaboración de un personaje femenino que hacia el final de la historia se rebela ante la sociedad. Amalia, a quien hemos visto gozar con y de su belleza, en un acto de definición no se arrepiente de su conducta, ni intenta salvarse cuando se enfrenta a la ruina y la vejez. Por el contrario, se pronuncia como una víctima de su momento histórico y se dispone a morir por su propia mano:

Yo no tengo la culpa de haber nacido en una época en que para valer algo la mujer necesita ser reina aunque haya nacido pobre; estoy persuadida de que mi misión ha concluido; pretender vivir sería lo mismo que aceptar en la vida un papel al que nunca he podido avenirme; yo no nací para ser pobre ni fea; prefiero la muerte al desprecio de las gentes (p. 215).

Mujeres que caen, mujeres que sufren, mujeres virtuosas y pecadoras, todas ellas desde una visión moralista con el fin último de evitar, según el autor, el mal de su momento: la desintegración de la familia, célula básica que da cohesión a una sociedad. Tema primordial en las reflexiones literarias de Facundo.

Las Jamonas es un texto divertido, aunque deshilvanado: un conjunto de instantáneas de figuras ridículas que alguna vez poblaron las calles de la ciudad de México. Esperamos que la nueva aparición de esta novela promueva la reimpresión de otras obras de José Tomás de Cuéllar: algunas, inconseguibles como Isolina la ex-figurante; otras, mejor estructuradas como Baile y cochino o Lo fuereños.

Notas

1. Utilizo el término "tipo" como: "personajes a través de los cuales se describe, satiriza o comenta toda clase psicológica, social, profesional o local" (Margarita Ucelay Dacal, "'Escenas' y 'tipos'", en Iris M. Zavala, Historia crítica de la literatura española, tomo v: Romanticismo y realismo. Barcelona, Crítica, 1984, p. 354).

2. No sabemos con seguridad si en la segunda época de La Linterna, conformada por 17 tomos, Cuéllar corrigió la novela; lo único que podemos decir es que la reeditó en dos tomos, bajo un título más completo: La Jamonas. Secretos íntimos de un tocador y del confidente. Durante este siglo, la editorial Promexa ha presentado varias reimpresiones de la obra; quizá la más reciente sea la del volumen Los relatos de costumbres, 2 ed., presentación de Malena Mijares. México, Promexa, 1991, 790 pp.


Ana Laura Zavala nació en 1972, en México. Es Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y trabaja como investigadora de proyecto en El Colegio de México.

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ilianarz@servidor.unam.mx